He venido desde bastante lejos para encontrarme frente a este lienzo de José de Ribera en que un hombre de túnica roja emerge del tenebrismo hacia una luz acaramelada, sus dedos índice, pulgar y medio apuntando hacia arriba en aparente gesto de bendición.
Es una representación de El Salvador que data del año 1630 y me encuentro en el Museo del Prado de Madrid, mi primera visita a esta ciudad y país.
Normalmente cuando entro a los museos me atraen representaciones más seculares, pero en este recorrido parece inevitable pasar por estas pinturas que representan escenas bíblicas y habitantes del olimpo eclesiástico antes de llegar al santuario de otras colecciones que me son más cercanas. Y esta representación de Jesús como redentor es la que hace que me detenga, no por asunto de devoción sino por lo que veo en su rostro: Este hombre mira hacia el vacío, como si esquivara la mirada, y sus ojos desiguales parecen transmitir duda, vergüenza o tristeza; es un salvador que necesita que alguien lo salve.
Veo algo muy humano en este Cristo y eso hace que mire a otras representaciones con mayor curiosidad.
Por ejemplo, El Salvador bendiciendo, pintado por Francisco de Zurbarán en 1638, es muy distinto: Parece más de su tiempo y más convencido de su realeza espiritual, casi como si posara en su gesto de bendición para una foto en Instagram. El Greco en otra representación de El Salvador, esta pintada entre 1608 y 1614, nos regala un redentor ensimismado, de barba meticulosamente ensortijada y cara larga. Otro, el Cristo Salvador de Quinten Massys, quizás pintado en 1529, exhibe una expresión de sufrimiento en su rostro enjuto. Y ni hablar de las figuras sufridas y ensangrentadas como la de Ecce Homo, pintado por Luis de Morales entre 1560 y 1570, donde un lagrimoso Jesús parece estar hastiado del sufrimiento.
O sea que me doy cuenta de que no todos los redentores son iguales y de que en ellos se ocultan a plena vista expresiones muy humanas y particulares a cada artista. Tengo que mirar más detenidamente.
Así es como termino pasando demasiado tiempo con los cuadros religiosos, en plena devoción humanista, en vez de con los desnudos que sugieren de manera más expresa las contorsiones del deseo y sus insatisfacciones. Cristo con la cruz a cuestas, pintado en los 1530s por Sebastiano del Piombo, es un hombre que se siente abandonado. Cristo crucificado, del reconocido pintor Francisco de Goya (cuya tumba luego visité en una ermita adornada con sus frescos), es un hombre de cuerpo esbelto que reclama al cielo, pero que todavía cree en un cielo, y es un crucificado reinterpretado porque sus pies están individualmente clavados como para incrementar el dolor. Muy distinto del Cristo crucificado de Francisco Bayeu y Subías en 1792, una figura dramatizada y simbólica de un Jesús victimizado y derrotado: en ella parece que el mal ha triunfado. ¿Cómo lo hubiese pintado Diego Velázquez? (sobre cuya tumba, que he encontrado otro día al azar en la sombra de una calle madrileña, me he sentado un rato). El museo también nos lo muestra, con un Cristo crucificado de 1632 que exhibe chisguetes de sangre corriendo sobre el cuerpo clavado en cuatro puntos, ya muerto, y lo que más se destaca es esa anatomía violada encima de la cruz y sobresaliendo en la oscuridad del mundo. Este Jesús es un hombre de apariencia sensual que se representa como “el más hermoso de los hijos de los hombres” (Salmos 45, vers. 2), y tengo que concordar al considerar la interpretación de cada artista.
He visto más, mucho más, y en particular me interesaron las uñas sucias de ese mismo salvador deprimido que nos legó Ribera, un detalle que no pudo ser casualidad.
Aquí en este museo, al que he venido a mirar otras obras, lo que me sorprende esta vez es lo que se oculta detrás de la fe, aquello que comúnmente no se dice, pero se pinta.
5 comentarios:
En primer lugar, manifestarte mi alegría por reecontrarme con tus publicaciones que me recuerda otros tiempos de compartir ideas y sentimientos. He leído tu texto, fruto de tu visita al museo del Prado del que resaltas imágenes de Cristo como salvador dando su bendición o como Ecce Homo. Tus apreciaciones son muy interesantes. Los múltiples rostros de Cristo visto por diversos artistas desde su propia interpretación de la divinidad y de la humanidad. Sin embargo, como español de nuestro tiempo hubiera preferido que la pintura española no hubiera sido tan devota ni tan obsesionada por figuras religiosas en un siglo XVII en que nos quedamos descolgados de la modernidad filosófica y científica absorbidos por una visión trascendente católica. Uno piensa en Rembrandt y sus motivos laicos y siente verdadera envidia. España se quedó atrás para siempre de otros posibles modelos pictóricos o de pensamiento. Aprecio el valor de las imágenes religiosas que nos traes pero hubiera preferido otras más mundanas porque nuestra pintura hubiera sido menos religiosa.
Gracias. Es agradable saber que alguien lee desde el otro lado del vacío, sobre todo después de estas apariciones y desapariciones del blog que han incluído un año completo de encierro en nuestra época de pandemia. Lo cierto es que me hizo falta este espacio y que, aunque el medio se considere anticuado (y tal vez sea yo un anticuado), ha sido un lugar para propiciar conexiones importantes para mí con amigos lejanos que de otra manera hubiese difícil conocer.
Volviendo al tema, si me hubieran dicho que esto era lo que yo iba a destacar después de mi visita al Prado, me hubiera reído. Pero el arte me ha sorprendido, verlo así de frente y entender que hay más allí que la cuestión aquella de la devoción. Después de todo, los artistas han tenido que trabajar en el ambiente de sus épocas y tanto en España como en otras partes de Europa habían muchas capillas por pintar y, bueno, muchos miembros de las familias reales y los apoderados de esas sociedades. Aun así, los artistas se las ingeniaron para ir más allá de esas circunstancias a la vez que adornaban catedrales y palacios.
Quise decir que "ha sido un lugar para propiciar conexiones importantes para mí con amigos lejanos que de otra manera hubiese *sido* difícil conocer."
Buenas observaciones. Los artistas viven en sus épocas y a ellas se deben, aunque interpretan el mundo a su manera, única y hermosa. Un saludo.
Hola anónimo. Viendo estos detalles me preguntaba si las autoridades eclesiásticas no se daban cuenta de los giros que los artistas daban a sus creaciones o si ellos entendían que había más allí. Supongo que habría casos y casos.
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