16 de septiembre de 2023

Buscando finales felices

Ernest Hemingway mirando un pez vela
Puede un hombre que haya sufrido las aventuras de un caballero triste entregarse aún a las más quijotescas aventuras con conocimiento de causa de la mofa que recibirá y del final patético que le espera. Puede una mujer que haya muerto dos veces, una arrojándose a las vías con Anna Karenina y la otra con el trago amargo de Emma Bovary, entregarse con toda pasión a la intimidad más arriesgada. Siguen saliendo hombres tras la caza de la ballena de Moby Dick o el marlin que el viejo Santiago ató a su bote, a saber de que sería carne para tiburones.

Y siguen muchos enamorados sin voluntad gritando a la maga, perdidos en sus laberintos de memorias y palabras sin trama. Otros luchando toda una vida para comprar aquella propiedad cerca de la bahía y ver la luz verde al otro lado del agua, muy cerca pero siempre inalcanzable en otros sentidos: porque la luz no se puede capturar; por eso.

De los textos religiosos ni hablar, con esos catálogos de pecados que cometeremos de todas maneras y la exaltación de virtudes que resultarán inalcanzables, e indeseables, a la mayoría de los humanos, aunque habrá quien se sacrifique (innecesariamente, como el redentor) en alguna cruz.

¿De qué sirve tomar el lado de Jean Valjean en aquella épica de la miseria que los humanos causan a otros humanos si Javert seguirá empecinado en hacer cumplir la letra de la ley que otros escribieron para sostener un orden injusto? Ah, tantas preguntas absurdas en las obras literarias que vienen y nos presentan personajes atrapados en mundos que se parecerán a los nuestros, como si cada lunes laboral nos despertásemos siendo Gregorio Samsa y estuviésemos tarde para llegar al tren.

He leído libros recomendados y al azar y para mí los mejores han tocado alguna experiencia que sigue repitiéndose en el eco del tiempo. Piensa uno que será más sabio que Willy Loman ante las ambiciones del mundo, o que la pasión melodramática era solamente cuestión de jovenzuelos como Romeo y Julieta. Esos tontos personajes de la ficción no ven qué trampas se tienden ellos mismos, se dice uno con cierto aire de sobriedad, hasta que está uno mar adentro en un bote tambaleante y un enorme pez vela está enganchado -- hombre contra pez; voluntad contra supervivencia -- y uno llega a pensar que esta vez, por fin, la historia será distinta.


Imagen: Fotografía tomada del dominio público; Henry "Mike" Strater y Ernest Hemingway con un pez vela que ha sido atacado por tiburones, en Bimini, 1935.

6 comentarios:

Joselu dijo...

En 2004, cincuenta años después de la concesión del Premio Nobel a Hemingway, puse El viejo y el mar como lectura a los estudiantes de secundaria en el último curso, a los dieciséis años. Esperaba que una novela corta y de tal magnitud les encantaría. Pero la realidad fue que de los sesenta alumnos, cincuenta y nueve dijeron que era una novela aburrida, enojosa, en la que no pasaba nada. La odiaron. Les puse la versión cinematográfica con Gregory Peck y siguieron pensando lo mismo. Era un rollo insoportable. No había acción. Solo una alumna opinó que la acción era interior y que era una novela muy intensa. Esta es mi reflexión sobre El viejo y el mar, novelita que recibió el Pulitzer en 1953, pero que hoy es totalmente ilegible para la generación que tiene en los móviles su fundamento existencial, y eso que en 2004 no había móviles inteligentes. Respecto a todas las demás obras que has mencionado en un texto evocador, pienso que son ilegibles de igual manera. Puse como lectura La metamorfosis a mis alumnos el último año en que trabajé como profesor -me despedí a lo grande- y no se la leyeron, a pesar de su brevedad, la odisea de Gregorio Samsa no les motivó para nada. La literatura del pasado, la que nos traes aquí es solo legible por exquisitas minorías, tan minorías que ocupan muy poco espacio estadístico.

Por lo demás, tu texto es una delicia, pero lo veo desde mi posición de profesor y me duele.

Joselu dijo...

Me he equivocado, la versión cinematográfica de 1990 fue, en el papel protagonista, Anthony Quinn y no Gregory Peck que fue protagonista en Moby Dick.

Víctor Manuel Ramos dijo...

Hola José Luis, un gusto verte (o leerte) otra vez por aquí. Esto que me dices lo entiendo, pero me da ocasión a que brevemente te confiese algo: Yo fui ese niño que se aburrió con El viejo y el mar. Me explico: Cuando tenía unos 15 años, recién llegado a Estados Unidos, me inscribí en clases de inglés en una iglesia de mi barrio. Yo sabía suficiente inglés para no necesitar esas clases de segundo idioma (de hecho, creo que estaba leyendo a Thoreau), pero me inscribí porque estaba aburrido en las noches. El maestro, un egresado de universidad de pelo ensortijado y lentes de fondo de botella, se dio cuenta de que yo sabía y me puso de su ayudante y luego se dio cuenta de que me interesaban los libros y me preguntó si había leído a Hemingway. Le dije que no. Él me regaló uno de sus libros, anotado y subrayado: El viejo y el mar, de Hemingway. Yo me fui al sótano donde vivía a leerlo y, bueno, digamos que no quedé muy impresionado. El lenguaje me pareció muy simple (como si hubiera sido libro de primaria) y me daba la impresión de que en esa historia no pasaba nada; el viejo me aburría. Tiré el libro sobre unas maletas y nunca lo volví a ver. He lamentado mucho eso. Claro, después volví a leer y redescubrir a Hemingway, pero siempre había evitado este libro por el sentimiento de culpa que tenía. Hasta hace poco. Y ahora al leerlo me he dado cuenta de la gran obra que es, de lo mucho que perdí con no leerlo y capturar algo entonces, de tanto que tenía que decirme aquel viejo con su historia. Tengo el libro muy cerca en estos días, y por eso salió a relucir aquí. Seguimos tras la caza del pez vela, aunque no lo podamos retener. Y así puedo decirte con toda seguridad que no sabes cuántas de esas semillas que plantabas como profesor llegarán a germinar a su tiempo. Yo quisiera encontrar aquel maestro y darle las gracias, pero aunque lo recuerde vívidamente ni siquiera sé su nombre. Pues te doy las gracias a ti.

Joselu dijo...

Es increíble la intensidad de la comunicación que se ha producido entre mi comentario y tu respuesta en que te reconoces como uno de esos muchachos que a la misma edad se aburrió soberanamente con la novela de Hemingway. A veces he escrito que el profesor no se dirige solamente al presente de sus alumnos, sino que apunta al futuro, a las personas en que se convertirán algún día. Me gustaría pensar que algunos de aquellos chicos que se aburrieron tanto con la novela, algún día descubran la maravilla que es. Esto no lo sabré nunca. Hay teorías que dicen que a los alumnos hay que darles libros que les gusten, de su agrado, que satisfagan sus intereses como adolescentes, lo que nos lleva a una suerte de literatura tramposa y de fórmula para atraerlos a cierto tipo de aventuras próximas a los videojuegos. Yo aposté por lo contrario, esperando que la buena literatura calara en ellos, pero me llevé más desaires que sentimiento de éxito. Muchas gracias, Víctor, porque tu comentario me ha hecho sentir muy bien.

Víctor Manuel Ramos dijo...

Creo que hiciste bien, José Luis, en darles lecturas que los retaran a ver otros aspectos de la humanidad, o de sí mismos. Me parece curiosa esa tendencia a darles más de lo mismo que ven en todas partes. ¿Estarán aprendiendo?

Anónimo dijo...

Muy bien escrito.

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