12 de marzo de 2023

Crítica de la tilde diacrítica

Acababa de terminar yo de revisar una colección de cuentos en español en que me aseguraba, entre otras cosas, de que las tildes estuvieran bien puestas, cuando me enteré por el titular que circuló en los medios de que la Real Academia de la Lengua Española despenalizaba el uso del acento diacrítico en palabras como el adverbio "sólo" y en los pronombres demostrativos.

Aquella noticia me hizo recordar conversaciones que tuve con otros que hilamos palabras y oraciones en la lengua de Cervantes, García Márquez, Fuentes y Cortázar (por poner algunos ejemplos) cuando se anunció el cambio de regla en 2010, unos que defendíamos el uso de esas tildes para distinguir entre distintos usos de la misma palabra y otros, los menos, que estaban a gusto con eliminarlas en esos casos.

Mi parte en esto era bien simple. Para citar un conocido refrán norteamericano: ¿Para qué arreglar lo que no estaba roto? Pero se encontraba también este otro asunto práctico del impacto inmediato de un cambio tan fundamental en la lengua escrita —muchísimos libros del español actual, y particularmente aquellos del reino de la expresión literaria en que el uso de variados pronombres y adverbios sería más frecuente, se volverían inmediatamente anticuados y tendrían que ser revisados y reimpresos en los siguientes años. Además, hay situaciones en las que la tilde ayuda a distinguir instantáneamente entre una palabra y la otra y este cambio parecía más motivado por consideraciones académicas de muy particular interés que por algún asunto evidente en la evolución del idioma.

4 de enero de 2023

Las campanadas de Notre Dame

"Chimera", fotografía de Steve Begin, reproducida con licencia de Creative Commons.

Dirán muchos que la gracia de leer una buena obra de ficción es que, a pesar de las terribles vicisitudes que enfrentan los héroes de una historia, el final restaura el orden y salva la ilusión que tanto deseamos los mortales: y fueron felices y comieron perdices. Esa es por lo menos la estructura en trama tras trama de las comedias livianas que favorece nuestra época, historias en las que todo estará bien. Esa no era para nada la idea que tenía en mente Víctor Hugo al escribir Notre-Dame de Paris.

Lo que Hugo tramaba cuando a sus veintiséis años se encerró con un tintero a escribir esta novela era una tragedia, aunque su voz narradora, hacia el final del libro, desestima el género como “el propósito más vano de todos”. ¿Una de sus estratagemas de escritor, quizás?

Yo terminé el año que acaba de concluir apurado en hora tras hora de lectura tratando de llegar al final de esta ficción que al principio me pareció pesada y difícil de leer y luego se volvió fastidiosa y hasta odiosa, cuando llevaba cientos de páginas dobladas y no llegábamos al meollo de la cuestión. Pero la última cuarta parte de esta novela fue otra cosa, porque lo toma a uno por asalto después de haber tendido trampa tras trampa en las primeras partes del texto para hacer eso posible. Hay que tener paciencia para saber sufrir este libro.

Me había propuesto en la última semana de 2022 que, en vez de empezar el siguiente año con algunos de esos propósitos vacuos de cambiar quien soy de una vez por todas, iba a terminar algo que había empezado (mi resolución de año viejo, le llamé), y el libro estaba ahí, languideciendo desde finales del verano en mi mesita de noche. ¿Qué tan difícil podría ser? Había visto la película animada hace muchos años y ya sabía cómo iba la historia.

23 de agosto de 2022

Escena de terror

304 - Ondas

El hombre se levanta en esas horas de la mañana en que se oyen los insectos silbar en la oscuridad del patio. Un golpe de vergüenza anuda su garganta porque se ha dado cuenta, su subconsciente se lo ha dicho. Se le ha escapado un error.

Inmediatamente salta de la cama, abre su procesador de palabras y borra la ese que no pertenece, pero piensa en las seis personas que han visto la letra desnuda y curvada y en las quince más que notarán su indecencia, y siente su mundo colapsar, porque qué es él sino un hacedor de la nada. ¿Y cómo se sentiría un escultor si despertara de un sueño inquieto para recordar que el busto que terminó tiene una ceja de más? ¡Qué rostro de espanto! ¿Cómo es que después de tantas horas, días, meses y años le puede suceder eso? ¿Cómo es que su mente lo traiciona?

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