15 de noviembre de 2019

Internet para todos

Para aquellos de nosotros que vimos el nacimiento de la superautopista de información (¿se acuerdan de esa tonta frase?) podría parecer que la promesa del medio se ha diluido en nuevas y más perniciosas formas de entretenimiento que buscan nuestra atención para vender anuncios, productos y suscripciones y que a la vez recopilan datos sobre predilección y hábitos para ofrecernos al mejor postor. Como dicen, somos el producto.

Esa no era la promesa del internet según se ofrecía en sus inicios.

Se hablaba entonces de una especie de aldea global donde predominaba el intercambio de ideas, la colaboración en proyectos de interés mutuo y el surgimiento de comunidades y líderes que en base al diálogo y el activismo digital ayudarían a crear un mundo mejor.

Qué utópico era todo eso: yo me acuerdo cuando entré por primera vez a una red de internet previa a la era de los navegadores gráficos donde el acceso se pagaba por hora (así que no íbamos allí a perder el tiempo) y en el que el acceso a listservs (listas de correo) y newsgroups (foros de “noticias”) llevaba a conversaciones y debates sobre temas de actualidad o asuntos de conocimiento especializado. Parecía entonces que el internet iba a ser un medio para intercambios académicos y de investigación.

En esos mismos días del pre-internet de hoy asistí a una conferencia en Harlem donde académicos y expertos en las nuevas redes discutían las posibilidades que se cernían en ese mundo de pantallas y teclados, módems (esta palabra entre tantos términos tecnológicos tan extraños al español) y proveedores de señales y servidores y lo que se imaginaba entonces como un inmenso sistema nervioso de fibras ópticas que empezaba a tejerse en las grandes ciudades y cruzaría distancias transoceánicas. La gran preocupación de aquella conferencia era que las comunidades pobres y minoritarias no debían quedarse sin rampas de entrada y salida hacia aquella imaginaria autopista cibernética.

Se quería internet para todos.


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