28 de diciembre de 2009

Los avatares de una nueva época.

Buddha's Hindu Avatar. భిన్నత్వంలో ఏకత్వం.

Me he preguntado en muchas ocasiones qué es lo que nos caracteriza en esta época de globalización y terrorismo: Cómo narrarán los estudiosos del futuro los movimientos sociales y artísticos de nuestro tiempo. Se habla de postmodernismo, pero como típicos peces que no ven el agua en que nadan se nos hace difícil explicar este término de manera coherente.

La cultura popular parece un mejor índice de las tendencias y preocupaciones del ambiente, y al observarla tiendo a pensar que las revoluciones artísticas se están dando en los lugares menos esperados: como, por ejemplo, en los videojuegos y dibujos animados.

No hay duda de que las redes de computadoras son el medio más influyente de esta década que termina. Nuestra esfera de influencia ya no es solamente local, sino que podemos comunicarnos y llegar a lugares remotos por medios digitales. Hasta la socialización se ha globalizado y digitalizado.

Ante la realidad de todos los días se levanta un mundo paralelo que coexiste con el nuestro, como esa cuarta dimensión que nunca pudimos imaginar desde la continuidad de tres dimensiones. Largo, ancho, altura... y virtualidad.

Tal parece que estamos al inicio de un incremento cultural en experiencias de realidad virtual.

Este giro hacia una realidad alterna explica el éxito mundial de la película Avatar. La vi este fin de semana en un cine de pantalla tridimensional y quedé maravillado con el salto tecnológico, y conceptual, que significa aunque no me haya impresionado la trama de su historia. Es sin duda un fenómeno cultural que tenía a la gente haciendo fila afuera de los cines. Los informes noticiosos nos confirman que la película ha batido todos los récords de taquilla.


No voy a reseñar la película, salvo a rasgos generales. Es la historia, ya conocida en otras encarnaciones, de un representante del superpoder del mundo (obviamente un concepto del Estados Unidos futuro) que ingresa a través de un instrumento virtual a otra realidad y ocupa un cuerpo extraterrestre, aparentemente diseñado por manipulación genética. Esa otra realidad es el satélite “Pandora”, que los seres humanos quieren colonizar en otra galaxia.

El protagonista es un agente militar cuya conciencia se transfiere al cuerpo, o "avatar", de los seres felinos conocidos como Na'vis, que representan la vida inteligente de Pandora. Su objetivo es obtener información de sus formas de vida con el doble objetivo de entenderlos y de conocer sus vulnerabilidades. Y, cómo ya es típico en este tipo de historias de conquista --véase Pocahontas o la Malinche, por ejemplo--, el agente establece una relación con una nativa que le enseña las formas de vida de su gente y termina convirtiéndose en su pareja. Al final, él tiene que escoger entre los Na'vi que le han acogido o su propia especie invasiva y belicosa (es decir, nosotros).

Podría decirse que tiene que escoger entre una realidad y la otra.

La película utilizó lo último en tecnología visual, creando una verosimil transportación de apariencia tridimensional para quienes la vimos en la alta definición del cine IMAX. Es sin duda una película precursora de nuevas tecnologías. La trama de la historia --como ya he señalado-- no es nada nuevo ni impresionante, pero populariza el concepto que le sirve de título: la idea de que un ser humano pueda encarnarse en un "avatar" para llevar una vida alternativa a la real.

A esta idea, que no ha de ser extraña a los fanáticos de ciencia-ficción, es que quiero apuntar como una señal de lo que nos espera en términos de conceptualización artística e incluso como base para una mitología de nuestra época. En este nuevo orden de cosas, la existencia ordinaria solamente sirve de base para otra -- imaginada, creada o vivida a través de otros cuerpos.

La idea del "Avatar" no es nada nuevo. Surge del hinduísmo, donde el "Avatar" o "Avatara" es la encarnación, o el vehículo físico, de una deidad. La idea también se encuentra en el budismo tibetano con la encarnación de los Bodisattwas de compasión, que vienen al mundo a cumplir misiones específicas. Está en el mismo cristianismo cuando el verbo se hace carne en Cristo.

Hay grupos místicos que afirman que todos somos el avatar de un ser divino.

Esta idea ha evolucionado en otra dirección en el mundo de los videojuegos y las redes sociales. En el mundo virtual, el avatar es nuestra representación digital. Algo así como el alter ego cibernético. Puede parecerse o no a uno mismo, pero lo importante es que es una identidad creada para servir como receptáculo de experiencias reales en relación a otros avatares.

Muchos avatares habitan ahora foros de discusión, pérfiles, mundos virtuales como “Second Life” (literalmente “Segunda Vida”) y videojuegos con interacción y competencia como los del Wii o el Xbox. El concepto acaba de expresarse con fuerza en el cine, pero no se originó en el cine.

Para mi que el arte en general también llegará a reflejar esta pugna entre la existencia y la virtualidad, y lo que ello significa para nuestra manifestación en el mundo.


IMAGEN: "Bhuda's Hindu Avatar", reproducida bajo licencia de Creative Commons, cortesía de "The Cydonian".

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