4 de enero de 2023

Las campanadas de Notre Dame

"Chimera", fotografía de Steve Begin, reproducida con licencia de Creative Commons.

Dirán muchos que la gracia de leer una buena obra de ficción es que, a pesar de las terribles vicisitudes que enfrentan los héroes de una historia, el final restaura el orden y salva la ilusión que tanto deseamos los mortales: y fueron felices y comieron perdices. Esa es por lo menos la estructura en trama tras trama de las comedias livianas que favorece nuestra época, historias en las que todo estará bien. Esa no era para nada la idea que tenía en mente Víctor Hugo al escribir Notre-Dame de Paris.

Lo que Hugo tramaba cuando a sus veintiséis años se encerró con un tintero a escribir esta novela era una tragedia, aunque su voz narradora, hacia el final del libro, desestima el género como “el propósito más vano de todos”. ¿Una de sus estratagemas de escritor, quizás?

Yo terminé el año que acaba de concluir apurado en hora tras hora de lectura tratando de llegar al final de esta ficción que al principio me pareció pesada y difícil de leer y luego se volvió fastidiosa y hasta odiosa, cuando llevaba cientos de páginas dobladas y no llegábamos al meollo de la cuestión. Pero la última cuarta parte de esta novela fue otra cosa, porque lo toma a uno por asalto después de haber tendido trampa tras trampa en las primeras partes del texto para hacer eso posible. Hay que tener paciencia para saber sufrir este libro.

Me había propuesto en la última semana de 2022 que, en vez de empezar el siguiente año con algunos de esos propósitos vacuos de cambiar quien soy de una vez por todas, iba a terminar algo que había empezado (mi resolución de año viejo, le llamé), y el libro estaba ahí, languideciendo desde finales del verano en mi mesita de noche. ¿Qué tan difícil podría ser? Había visto la película animada hace muchos años y ya sabía cómo iba la historia.

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