22 de marzo de 2013

Sánchez Féliz: "lo realmente importante ... es explorar la esencia humana"

Al acercarme a Beatriz, el libro más reciente del narrador dominicano Rubén Sánchez Féliz, yo sospechaba que me adentraba en una novela romántica, al estilo de la María de Jorge Isaacs con su obsesión amorosa y descripciones idílicas. Bastó con leer las primeras páginas para saber que me equivocaba si me dejaba guiar únicamente por su título.

Sánchez Féliz nos lanza en medio de una escena confusa en la que tres hombres huyen -- de quiénes o de qué no se sabe todavía -- e irrumpen en una casa buscando refugio hasta que pase "el peligro". El niño que nos cuenta los sucesos solamente llega a adelantarnos "que en mi casa han colocado una bomba de tiempo".

Hay que seguir leyendo para conocer en su voz las calles acaloradas de su barrio y recibir poco a poco los detalles necesarios para armar el resto de la historia. El relato se centra en gente humilde que malvive bajo el supuesto orden de un gobierno dominicano que no admite retos. Nos vamos enterando, entre lo que dicen o callan los personajes, que jugar a la política en ese ambiente es entrar en un callejón sin salidas y que, como dice el papá del narrador, en esas circunstancias "la vida de un hombre no vale una mota".

La Beatriz que da nombre al libro, aunque apenas participa de la historia, está al centro de la resistencia política y casi llega a representar a otras mujeres que no vemos ni oímos porque ocupan esos silencios con los que juega el autor. Beatriz son todas las mujeres que han perdido a sus esposos, las que viven tras puertas cerradas, las que podrán perderse ellas mismas y sacrificar a sus hijos en la lucha por dignidad.

9 de marzo de 2013

Buscando a Mistral, segunda parte

Hace poco compartí mi excursión tras los pasos de la poeta chilena Gabriela Mistral, aquella averiguación que emprendí, persiguiendo quizás algún resquicio hacia la materia prima de su literatura en este pedazo de Estados Unidos que ella habitó.

Como lector, como juntador de palabras al fin, me ha dado por visitar sitios conocidos por estos genios de las letras cuando me entero de ellos, cazando los fantasmas detrás de sus escritos. Así he contado por aquí mis visitas a espacios que acogieron a los poetas Walt Whitman y Luis Cernuda, y compongo ya en mi mente una lista de otros que están a mi alcance y que me intrigan.

El caso de Mistral lo tenía en mente por varios años y, como ya relaté, sentí el impulso de satisfacer mi curiosidad una tarde cualquiera.

Pero he de recordar a quienes me lean que los escritos que pongo aquí no se someten a las revisiones y verificaciones del rigor académico y no siguen ningún orden necesariamente lógico. Rara vez los reviso más allá de dos o tres lecturas. Son rastros alfabéticos en la arena del tiempo y nada más.

Por eso me bastan unos datos básicos para dar rienda suelta a mi curiosidad y escribir luego de estas experiencias reales o imaginarias (también reales).

Así llegué a la anécdota que conté sobre mi visita adonde vivió y murió Mistral en esta isla larga de Long Island que he contado entre mis hogares.

Pero resulta que no soy el único que ha ido tras los pasos de Mistral, y que hay otros que han sido más metódicos y, por qué no decirlos, serios en su búsqueda.

He recibido un libro titulado "Gabriela Mistral y los Estados Unidos" nada más y nada menos que de mi amigo, y mentor (ya lo he dicho), Gerardo Piña-Rosales, director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española en Nueva York. Él editó junto a Jorge Ignacio Covarrubias y Orlando Rodríguez Sardiñas este trabajo de investigación y recopilación en el que colaboraron varios ensayistas y que se extiende por más de 300 páginas -- narrando desde el encuentro fortuito de Mistral, a sus cartas, a su domicilio y terminando con las propias palabras de la autora en varios ensayos.

Escribe ella: "He de creer un poco a mis propios instrumentos: mi cuerpo recibió la impresión de New York".

Y continúa: "Fue una destrizadura de mis ojos y de mis oídos. Como todo organismo poderoso, como los monstruos, coge y domina. Por sus calles yo me perdí a mí misma; entré en la rueda y no tuve más voluntad sino cuando me liberó el mar".

2 de marzo de 2013

El estoicismo no es lo que parece

Hay muchas cosas en la vida que no se pueden controlar, entre ellas ese gran vacío que llamamos futuro. ¿Por qué ocuparse de ellas si están fuera de la propia esfera de acción? Tanto desear como rechazar lo que no se puede poseer o impedir es generar frustraciones. Tiene sentido contemplar las consecuencias de las propias acciones antes de irse por un camino, pero una vez escogido hay que pagar el precio.

Estos consejos de sentido común los he encontrado en una interpretación de las enseñanzas de Epícteto, un filósofo griego de los que pertenecían a la escuela del estoicismo a principios del primer milenio de la era común. Me ha sorprendido la lectura porque la noción generalizada del estoicismo es una caricatura de personas reprimidas y de gran tolerancia al sufrimiento.

Es cierto que en su propuesta hacia una vida virtuosa y desapasionada Epícteto y los estoicos se alejan de la conducta impulsiva, pero eso es en busca de un propósito que le sería común a cualquier profeta de la autoayuda: la felicidad.

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