Un hombre de bigote grande, su espalda y pecho desnudos, tuerce el cuerpo para mirar desde abajo del capó y sonreír. Está reparando uno de esos carros de cuerpos musculosos que parecen lanchas con luces.
Luego aparece con el mismo bigote, vestido de traje gris y bajo una lluvia de arroz mientras desciende por la escalinata de una iglesia. La novia parece un espejismo tras el velo que flota en la brisa. Muchos dientes; se ven muchos dientes.
No sabemos si años o meses después, el hombre sostiene una bebé como quien muestra un trofeo. Hay en él algo de conflicto, una preocupación quizás, una duda en el ceño fruncido. La escena se repite, aunque el rostro se relaja, se resigna más bien, dos, tres, cuatro veces en otras habitaciones de hospital, y todas son niñas. Luego está sobre un bote, entre una enredadera de líneas de pesca, con dos de esas niñas, de pelo claro como su madre. Y sentado en una banqueta con todas ellas, que comen helado; él viste de playera y sostiene una cerveza en la mano.
En la imagen del cumpleaños le rodean sus cuatro hijas, adolescentes y mujeres, mientras él se inclina a soplar un pastel con el número 47. No sabemos qué pasó en esos años entre la niñez y la adolescencia de sus hijas.
Vuelve a estar sin camisa, en un juego improvisado de fútbol, corriendo a campo abierto entre otros hombres que, como él, se encuentran peligrosamente cercanos al punto en que no podrán ser más que espectadores. Él brilla de sudor. Se ve decidido a patear el balón.
En la foto de la fiesta su barriga llena la camisa, el brazo izquierdo se extiende detrás y sobre el hombro de su mujer, muy maquillada y notablemente sobrepeso. Él está borracho. Lo sabemos por la sonrisa vacua y la mirada perdida, los ojos dirigidos hacia el piso, donde no hay nada que ver.
Cuando carga al primer nieto, también en la posición de trofeo, parece que vuelve a ser aquel de otros tiempos, y que para entonces le dan lo mismo las dudas que las certezas. En la próxima imagen besa en el cachete a su nieta recién nacida. Está sentado otro día, con paños sobre cada hombro, y sostiene firme a unas mellizas que pusieron sobre sus muslos. Tal vez años después, otro bebé, un varoncito, reposa sobre su esponjosa barriga y él se reclina en un gran sillón.
Vemos otro cumpleaños donde él viste bata de hospital y su esposa sonríe con demasiada intención; él solo nos mira. En la última foto está toda la familia: Él y su mujer sentados en medio, dos hijas a cada lado, el nieto mayor junto a él, las mellizas al lado de la señora, el nieto menor en brazos de su madre. El hombre ha vivido y eso es todo lo que se le puede pedir.
Imagen: "Diapositivas digitales", de Jorge López, fotografía reproducida con licencia de Creative Commons.
En la imagen del cumpleaños le rodean sus cuatro hijas, adolescentes y mujeres, mientras él se inclina a soplar un pastel con el número 47. No sabemos qué pasó en esos años entre la niñez y la adolescencia de sus hijas.
Vuelve a estar sin camisa, en un juego improvisado de fútbol, corriendo a campo abierto entre otros hombres que, como él, se encuentran peligrosamente cercanos al punto en que no podrán ser más que espectadores. Él brilla de sudor. Se ve decidido a patear el balón.
En la foto de la fiesta su barriga llena la camisa, el brazo izquierdo se extiende detrás y sobre el hombro de su mujer, muy maquillada y notablemente sobrepeso. Él está borracho. Lo sabemos por la sonrisa vacua y la mirada perdida, los ojos dirigidos hacia el piso, donde no hay nada que ver.
Cuando carga al primer nieto, también en la posición de trofeo, parece que vuelve a ser aquel de otros tiempos, y que para entonces le dan lo mismo las dudas que las certezas. En la próxima imagen besa en el cachete a su nieta recién nacida. Está sentado otro día, con paños sobre cada hombro, y sostiene firme a unas mellizas que pusieron sobre sus muslos. Tal vez años después, otro bebé, un varoncito, reposa sobre su esponjosa barriga y él se reclina en un gran sillón.
Vemos otro cumpleaños donde él viste bata de hospital y su esposa sonríe con demasiada intención; él solo nos mira. En la última foto está toda la familia: Él y su mujer sentados en medio, dos hijas a cada lado, el nieto mayor junto a él, las mellizas al lado de la señora, el nieto menor en brazos de su madre. El hombre ha vivido y eso es todo lo que se le puede pedir.
Imagen: "Diapositivas digitales", de Jorge López, fotografía reproducida con licencia de Creative Commons.
2 comentarios:
Contada así la vida de este personaje anónimo, a través de diapositivas que han jalonado su historia, da todo una impresión efímera e intrascendente del transcurso de su vida, cuando uno que la vive, siente que está llena de significación y densidad. Contrasta la banalidad de los recuerdos con el propio sentimiento de plenitud que puede hacer sentir la existencia. Pero acaso ¿hay algo más que instantáneas que reflejen nuestra vida? Si uno lo piensa, es desasosegante...
He vuelto a publicar, no sé si efímeramente.
Hola Joselu. Tus preguntas me parecen acertadas y algo de eso me atrajo a este relato. También está la posibilidad de que en lo efímero está el significado. (Me alegra que vuelvas a publicar. Voy a pasar por allí).
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