9 de marzo de 2013

Buscando a Mistral, segunda parte

Hace poco compartí mi excursión tras los pasos de la poeta chilena Gabriela Mistral, aquella averiguación que emprendí, persiguiendo quizás algún resquicio hacia la materia prima de su literatura en este pedazo de Estados Unidos que ella habitó.

Como lector, como juntador de palabras al fin, me ha dado por visitar sitios conocidos por estos genios de las letras cuando me entero de ellos, cazando los fantasmas detrás de sus escritos. Así he contado por aquí mis visitas a espacios que acogieron a los poetas Walt Whitman y Luis Cernuda, y compongo ya en mi mente una lista de otros que están a mi alcance y que me intrigan.

El caso de Mistral lo tenía en mente por varios años y, como ya relaté, sentí el impulso de satisfacer mi curiosidad una tarde cualquiera.

Pero he de recordar a quienes me lean que los escritos que pongo aquí no se someten a las revisiones y verificaciones del rigor académico y no siguen ningún orden necesariamente lógico. Rara vez los reviso más allá de dos o tres lecturas. Son rastros alfabéticos en la arena del tiempo y nada más.

Por eso me bastan unos datos básicos para dar rienda suelta a mi curiosidad y escribir luego de estas experiencias reales o imaginarias (también reales).

Así llegué a la anécdota que conté sobre mi visita adonde vivió y murió Mistral en esta isla larga de Long Island que he contado entre mis hogares.

Pero resulta que no soy el único que ha ido tras los pasos de Mistral, y que hay otros que han sido más metódicos y, por qué no decirlos, serios en su búsqueda.

He recibido un libro titulado "Gabriela Mistral y los Estados Unidos" nada más y nada menos que de mi amigo, y mentor (ya lo he dicho), Gerardo Piña-Rosales, director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española en Nueva York. Él editó junto a Jorge Ignacio Covarrubias y Orlando Rodríguez Sardiñas este trabajo de investigación y recopilación en el que colaboraron varios ensayistas y que se extiende por más de 300 páginas -- narrando desde el encuentro fortuito de Mistral, a sus cartas, a su domicilio y terminando con las propias palabras de la autora en varios ensayos.

Escribe ella: "He de creer un poco a mis propios instrumentos: mi cuerpo recibió la impresión de New York".

Y continúa: "Fue una destrizadura de mis ojos y de mis oídos. Como todo organismo poderoso, como los monstruos, coge y domina. Por sus calles yo me perdí a mí misma; entré en la rueda y no tuve más voluntad sino cuando me liberó el mar".

Es un tratado serio que surgió del interés de documentar el trabajo de "la poeta que vio publicado su primer libro, vivió, enseñó, trabajó y murió" en Estados Unidos, afirmando -- agregaría yo a la introducción del libro -- el hecho de que existe una literatura en español en Estados Unidos y que es un legado no solamente de esta lengua sino para toda la literatura.

Apenas he tocado la punta del iceberg en la lectura de este libro, y ni hablar de lo limitada que fue mi propia excursión, y quiero leer más, terminarlo todo, sabiendo que compartimos con esta escritora de procedencia chilena ese sentido de extranjería de la experiencia migratoria, esa alienación humana que nutre toda la literatura.

De ella dice el poeta Luis Alberto Ambroggio (a quien mencioné una vez aquí) en uno de los ensayos de este libro que en la ausencia del exilio ella: "Construye entonces esta patria poética, ese conjunto de sostenes personales, en su paso o huida por el universo, con el poder de una sacerdotisa, acaso con la identidad de la sabia vejez, huyendo del mundo en cuanto puede significar placer y del propio deseo, para superar el sufrimiento del amor en sus pérdidas".

Este libro es una obra de referencia que vale tener y leer si uno quiere conocer a Mistral como escritora, como inmigrante, como mujer, como voz de América, verla -- en palabras de su amiga Marie-Lise Gazarian -- "doblada sobre la página, trabajando sobre un poema", sencilla y modesta, insegura y clarividente, como sus lectores la pudimos imaginar.

Leyendo el libro me enteré de que la casa que visité aquel día, la que hoy tiene el número de la que fuera su casa en Roslyn Harbor, no era su casa, sino otra más modesta a la que se traspuso el número en la misma calle. Aún así, cuenta la dueña de la casa, según relata Covarrubias, han llegado peregrinos del mundo a su casa siguiendo el rastro de la poesía. Yo mismo tendré que ir.

En fin, saber más de ella y de su paso por esta tierra que piso, me reafirma que lo que importa en el intercambio de impresiones de la literatura no es tanto lo formal del lenguaje y su uso diestro ni la interpretación entendida, sino esa comunicación honesta, íntima y única que se da entre la autora y cada lector que aborda su poesía.

¿Qué más puede llevar a que tantos años después Mistral siga teniendo amigos desconocidos que la buscamos, y a veces la encontramos, más allá de las palabras?

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente entrada en este blog, aunque leí al revés, esta primero y luego la anterior, que fue incluso mejor. Que descubrimiento.

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