Yo encontraba unas palabras simples, las mismas quizás de los libros monótonos que leía en la escuela y que me obligaban, a fuerza de repetición, a aprender la secuencia lógica del idioma.
Pero estas palabras simples tenían otra gracia, que estaba en el contenido que comprimían para presentar una “Doña Primavera” vestida en primor, que llevaba por sandalias “unas anchas hojas, y por caravanas unas fucsias rojas.”
Así descubrí, de niño, la poesía de Gabriela Mistral, sin las pretensiones de grandes ideas.
Esto fue años antes de ver con ella las tinieblas, en poemas como “Desolación”, que leí en otros horizontes, ya casi un adulto que podía captar la contraparte de la naturaleza como otra faceta de lo maravilloso, y sintiéndome extrañado como ella:
La bruma espesa, eterna, para que olvide dónde
me ha arrojado la mar en su ola de salmuera.
La tierra a la que vine no tiene primavera:
tiene su noche larga que cual madre me esconde.
Era natural que me saltara el corazón cuando una tarde de invierno en la que asistía yo a una celebración poética donde niños tan tiernos como una vez fui, ya no recuerdo en qué recinto escolar de un barrio suburbano, leían esos versos de la gran poeta latinoamericana. Fue entonces que la maestra de literatura se inclinó hacia mí y me dijo algo así como: “…Y pensar que Gabriela Mistral anduvo por estas mismas calles al final de su vida”.
Me enteré de esa manera que Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, la Mistral de muchos nombres, emigró y, después de pisar otros lugares en el mundo, llegó hasta estos suburbios de Long Island, la “Isla Larga” -- de hecho la isla más grande del territorio estadounidense -- que se extiende al este de la Ciudad de Nueva York hasta donde se unen las aguas frías de océano y bahía. Aquí lo más seguro era simplemente “Ms. Godoy”.
Supe que Mistral, nuestra Gabriela Mistral, murió en estos lados, donde no queda monumento, ni calle, casi ni recuerdo de su estadía.
Se me quedó la espina y me dije que algún día averiguaría.
Pero pasarían años. Yo me iría y regresaría y olvidaría, hasta una tarde fría en que volví a leerla y reconocí en esa poesía desolada algo del desaliento de quien, abarcando todo el mundo, deja de tener tierra.
El viento hace a mi casa su ronda de sollozos
y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito.
Y en la llanura blanca, de horizonte infinito,
miro morir intensos ocasos dolorosos.
¿A quién podrá llamar la que hasta aquí ha venido
si más lejos que ella sólo fueron los muertos?
¡Tan sólo ellos contemplan un mar callado y yerto
crecer entre sus brazos y los brazos queridos!
Fue entonces que salí tras su pista, buscando referencias, documentos, direcciones. Todo estaba allí en la biblioteca del pueblo donde ella fue a parar y en la información compartida por la Gabriela Mistral Foundation, una organización sin fines de lucro que se dedica a preservar la memoria y legado literario de quien fue la primera escritora (entre escritores) latinoamericana, y la quinta mujer, en recibir el Premio Nobel de Literatura en 1945.
Dato tras dato me enteré de que Mistral llegó a estos lados en 1953, después del reconocimiento mundial, mucho después de publicar esos versos desolados. Se mudó a Roslyn Harbor, una aldea de propiedades suntuosas cerca de la bahía que le da el nombre. Se mudó allí para vivir con Doris Dana, heredera de familia adinerada, aficionada a la literatura, profesora por un tiempo en una de las universidades públicas de la Ciudad de Nueva York; luego traductora, editora, amiga, compañera de viajes y, en su momento, albacea de Mistral.
De hecho, fue el mismo testamento de Gabriela Mistral que me dio la dirección de la casa que ella identificó como su “residencia”, y que no voy a especificar para ser discreto a favor de los actuales propietarios. Su “residencia” pero no su hogar, porque el documento concluía indicando que “Es mi voluntad que mi cuerpo sea enterrado en mi amado pueblo de Montegrande, Valle de Elqui, Chile.”
Surgieron en mí todas estas preguntas: ¿cómo fueron esos días por estos lares? ¿habrán sospechado los vecinos de esa comarca que aquella mujer, que difícilmente hablaría sin acento foráneo, era una mujer de palabra que perduraría por los siglos? ¿qué versos habrá escrito aquí?
Difícil saber sin una investigación exhaustiva, y aún así quién sabe, pero de todas maneras tuve que salir para aquella casa como quien se encaminaba a una peregrinación absurda y secreta.
Pero – me dije a mí mismo – cuando Mistral llegó a estos predios su poesía rondaba el mundo con alas propias, y tal vez ésa sí se escribió en un ambiente más acorde, más cercano a lo que yo imaginaba desde chico: una maestra de escuela rural, sentada ante la ventana, en un entorno que no toca la acumulación de bienes. (Solamente luego me entero por alguien que sí ha estudiado este asunto con mayor rigor, que la casa que he visto, que hemos fotografiado, no fue la casa, aunque tenga el número y la ubicación correcta, que fue una casa más modesta, y espero, por ahora, más detalles que vienen en camino).
Yo tenía otro dato, y de allí marché a ver si encontraba algo más en el sitio donde Mistral murió en 1957. Fui al que antes fuera el Hempstead General Hospital, aunque sabía que el lugar había sido clausurado. Recordaba haber pasado por sus predios, tal vez incluso entré allí, tal vez solamente imagine unos pasillos grises, antes de que lo cerraran.
Tamar Cedeño-Ramos (c) 2011 |
Es un sitio marcado por otro tipo de desolación.
En uno de esos cuartos, ahora oscuros, Mistral murió de cáncer pancreático en enero de 1957.
Dejé estos lugares, desprovistos del espíritu de su poesía, y me fui unos minutos al sur a la playa, vacía esa tarde de viento frío y cielo rizado, y fue allí, entre el zumbido del viento y las olas del Atlántico, y el zizagueo de la arena corrediza entre mis pies, que pude imaginarme a Mistral con mayor claridad, captando en cualquier lugar del mundo, y a pesar de todas las nostalgias, la luz que ella transformaría y dejaría como un rastro inmaterial.
Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto
vienen de tierras donde no están los que son míos;
y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos,
sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos.
Y la interrogación que sube a mi garganta
al mirarlos pasar, me desciende, vencida:
hablan extrañas lenguas y no la conmovida
lengua que en tierras de oro mi vieja madre canta.
V.M. Ramos (c) 2011 |
7 comentarios:
Feliz reencuentro, Víctor, en esta poeta (que no poetisa) chilena que murió cuando yo tenía exactamente seis meses. He leído tu post y he buscado información sobre ella. Incluso me he descargado su poemario "Desolación" para degustarlo con más sosiego. Para mí era antes de hoy una desconocida, lo reconozco. Había oído hablar de ella pero no le había puesto cara y ojos. A España ha llegado un eco tenue de su obra poética y en el curso de literatura hispanoamericana que recibí en la universidad parece que la historia de la literatura latinoamericana comenzara en el boom, y el nombre de Gabriela Mistral quedara relegado a un modelo femenino y sentimental que no ofreciera perfiles interesantes y originales. Su epopeya me ha recordado la de otras mujeres poetas como Rosalía de Castro, Emily Dickinson y Sylvia Plath … Es difícil que sé dé crédito a las mujeres en el terreno de la poesía que parece todavía un universo cerrado a los varones. Reconozco mi lapsus y me pongo a remediarlo. Tu artículo me ha ayudado a conocerla. Su aventura final en Nueva York junto a su amante me ha dado lugar a hacerme preguntas sobre su identidad y su valor. Tengo ganas de leer y aprender más sobre ella.
No vas a quedar decepcionado. Me sorprende que no la conocieras. Pensé no escribir esta nota, dando por sentado que había poco que yo pudiera decir de una poeta --sí, lo de "poetisa" lo dejé fuera a propósito-- tan nombrada en América Latina. De todas maneras, este es más bien el relato de mi curiosidad que de los aportes de Mistral. Pero si sirve para que la descubras valió la pena.
Cada escrito tuyo estimula. Yo he estado dormida y también deseo despertar antes de que llegue último sueño. Aun que conocía a la Mistral, el buscar y rebuscar es vivir. Esto es darnos la oportunidad de sentir los acordes cantados por otros. Es emocionante pasar por donde otros pasaron y dejaron sonidos reveladores de tal vez esperanza o dolor, pero sensación, VIDA. Esto a la vez nos da a nosotros los poetas y escritores la turbación necesaria para estimular nuestro proceso al plasmar nuestras vivencias. Gracias Gabriela Mistral por compartir tu ser y gracias a ti amigo Víctor Manuel por traerla./Mariposa de Mayo
Gracias por honrar la curiosidad en ti... Me gustaria continuaras compartiendo tu investigación. Nada sucede por casualidad...
Me gusta mucho esta linea de este escrito - " contemplando quizás el horizonte físico y el de su percepción".
Es un placer leerte.
Gracias MdM. Parte de lo que distinguió a escritores como Mistral fue que nos mostraron el mismo mundo que compartimos a través de su sensibilidad.
La vida es más interesante cuando uno se permite algo de curiosidad. Gracias.
Hola. Solamente para actualizar. Hay una segunda parte a este escrito, que pueden encontrar en el siguiente enlace: Buscando a Mistral, segunda parte.
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