Decir esto es hablar en los términos lineales de la información; cosas que no significan mucho para quienes no palparon el desastre y sus consecuencias.
No es lo mismo leer datos de lo que empezó como una avería técnica y terminó borrando más de cuatrocientos aldeas bielorrusas que enterarse en detalle de la muerte de un bombero que se desintegraba poco a poco frente a su joven mujer, hasta que: “Todo él era una llaga sanguinolenta”.
Tampoco es igual a adentrarse en la memoria de un cazador empleado por las autoridades de entonces para ir a matar a tiros a los perros y a los gatos, o a los caballos, todas esas mascotas amistosas que se volverían radiactivas después que sus amos las dejaron al ser evacuados de la zona. “En los últimos instantes ves que tiene una mirada que entiende, unos ojos casi humanos”, dice uno de los cazadores.
Los mismos humanos de Chernóbil que lograron huir se convirtieron en unos apestados, sus vísceras concentraciones de radiación y sus conciencias traumatizadas por el efecto de un nuevo tipo de guerra – del ser humano puesto en jaque por las consecuencias inesperadas de su propia tecnología.
Todo esto se siente más cercano en los testimonios recopilado por Svetlana Alexiévich, ganadora del Premio Nobel de Literatura en 2015, en su libro “Voces de Chernóbil” (título original: Tchernobylskaia Molitva), que ella presenta como una “Crónica del futuro”. Hemos leído el libro en el círculo de lectura que hemos constituido por estos medios, tras escogerlo en ocasión del premio, y los que nos reunimos para comentarlo concordamos en que es una lectura difícil pero inolvidable.
Alexiévich pone en perspectiva el sufrimiento, el desastre ecológico y la disfunción administrativa y política que fueron ingredientes de aquella hecatombe, y que bien podrían ser parte de otros apocalipsis aún por suceder.
Solamente hay que mirar a Fukushima para ver cómo se cierne el peligro. El maremoto de 2011, resultante del terremoto Tohoku en Japón, causó fallas en la planta nuclear Fukushima Daiichi de esa prefectura que llevaron a un nuevo desastre nuclear, aunque a menor escala. La limpieza continúa con el uso de robots, pero mucho del daño está hecho con un impacto ambiental a largo plazo.
Estos desastres humanos son un nuevo desafío sobre los de la naturaleza. Y ni hablar de guerras, terrorismo y sabotaje, distintas modalidades de la misma amenaza. No creo que se pueda leer este libro de Alexiévich sin que quede la impresión de que no comprendemos del todo la amenaza que la energía nuclear representa para la especie.
“Se trata de la mayor catástrofe de origen técnico en la historia de la humanidad”, dice una de los testigos cuyos testimonios Alexiévich comparte.
El libro contiene un reclamo histórico de todas aquellas personas que fueron testigos y víctimas. Alexiévich experimenta con las formas para hacernos ver, oler y sentir la magnitud del evento, anotando como periodista los testimonios y detalles, pero escribiéndolos con el uso de recursos literarios para generar este escrito híbrido entre la crónica y la ficción. Parece que la verdad que ella busca es tan inmensa que requiere del arte para su expresión más clara.
El Nobel que ella recibió fue por toda su obra (también ha explorado las historias anónimas de las mujeres en servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial en “La guerra no tiene rostro de mujer”), pero este libro en sí merece la atención que el premio sin duda le trae. Esto no es asunto solamente de quienes viven a la sombra de alguna planta nuclear, sino de todos.
La autora misma se entrevista para explicar por qué escribe estos horrores.
“Chernóbil —dice ella—es un enigma que aún debemos descifrar. Un signo que no sabemos leer. Tal vez el enigma del siglo XXI. Un reto para nuestro tiempo. Ha quedado claro que además de los desafíos comunista y nacionalista y de los nuevos retos religiosos entre los que vivimos y sobrevivimos, en adelante nos esperan otros, más salvajes y totales, pero que aún siguen ocultos a nuestros ojos. Y, sin embargo, después de Chernóbil algo se ha vislumbrado”.
Solamente hay que mirar a Fukushima para ver cómo se cierne el peligro. El maremoto de 2011, resultante del terremoto Tohoku en Japón, causó fallas en la planta nuclear Fukushima Daiichi de esa prefectura que llevaron a un nuevo desastre nuclear, aunque a menor escala. La limpieza continúa con el uso de robots, pero mucho del daño está hecho con un impacto ambiental a largo plazo.
Estos desastres humanos son un nuevo desafío sobre los de la naturaleza. Y ni hablar de guerras, terrorismo y sabotaje, distintas modalidades de la misma amenaza. No creo que se pueda leer este libro de Alexiévich sin que quede la impresión de que no comprendemos del todo la amenaza que la energía nuclear representa para la especie.
“Se trata de la mayor catástrofe de origen técnico en la historia de la humanidad”, dice una de los testigos cuyos testimonios Alexiévich comparte.
El libro contiene un reclamo histórico de todas aquellas personas que fueron testigos y víctimas. Alexiévich experimenta con las formas para hacernos ver, oler y sentir la magnitud del evento, anotando como periodista los testimonios y detalles, pero escribiéndolos con el uso de recursos literarios para generar este escrito híbrido entre la crónica y la ficción. Parece que la verdad que ella busca es tan inmensa que requiere del arte para su expresión más clara.
El Nobel que ella recibió fue por toda su obra (también ha explorado las historias anónimas de las mujeres en servicio militar durante la Segunda Guerra Mundial en “La guerra no tiene rostro de mujer”), pero este libro en sí merece la atención que el premio sin duda le trae. Esto no es asunto solamente de quienes viven a la sombra de alguna planta nuclear, sino de todos.
La autora misma se entrevista para explicar por qué escribe estos horrores.
“Chernóbil —dice ella—es un enigma que aún debemos descifrar. Un signo que no sabemos leer. Tal vez el enigma del siglo XXI. Un reto para nuestro tiempo. Ha quedado claro que además de los desafíos comunista y nacionalista y de los nuevos retos religiosos entre los que vivimos y sobrevivimos, en adelante nos esperan otros, más salvajes y totales, pero que aún siguen ocultos a nuestros ojos. Y, sin embargo, después de Chernóbil algo se ha vislumbrado”.
6 comentarios:
¿Puedo reproducir, poniendo tu nombre claro está, esta entrada en mi página de facebook?
Sí, Lola, gracias.
No sé qué pasa pero tus publicaciones, tan apreciadas por mí, no se actualizan en mi blogroll y no sé cuándo publicas. Yo he pensado publicar un post para el 26 de abril. Supongo que habrá abundantes recordatorios de aquello. Tu artículo es vivo y lleno de interés, escrito por alguien que domina el periodismo y que da color a sus textos. Probablemente este libro con el Maqroll el Gaviero son los que más me han gustado. Lástima que seamos tan poquitos, pero fue muy productiva nuestra conversación.
José Luis, hace unos meses tuve que reestablecer el enlace de RSS. Tal vez te quedaste con el enlace anterior. O tal vez me castigan los dioses de los blogrolls por escribir con tan poca frecuencia. Estamos de acuerdo con esos dos libros, pero no con Huellebeqc (creo que así se escribe), aunque eso ya lo sabías. En cuanto al Círculo, creo que esto sucede con los grupos de lectura, que siempre hay un núcleo más activo por el compromiso que conlleva la lectura. He estado pensando armarle una página paralela al grupo en Facebook, porque hay más gente allí, aunque las videoconferencias tendrían que seguir donde estamos porque es tecnología de Google. No sé si haría alguna diferencia, por lo menos en que más personas vean los recordatorios y actualizaciones.
Lo que escribes resume mucho la sensación que tuve y los apuntes que hice con el libro.
Es una lectura difícil, pero esclarecedora al mismo tiempo. Nos ayuda, creo, a ver con otros ojos el mundo y lo que manejamos en él.
Es uno de los pocos libros en los que todos estuvimos de acuerdo.
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