24 de noviembre de 2024

Los cincuenta

"Birthday Wish" by Joe
"Birthday Wish," reproducida con licencia CC.

Me encuentro ante esta puerta con la botella de vino en mano y una corbata doblada en una bolsa de regalos en colores discretos, preguntándome cuál es el sentido de todo cuanto existe. Nunca he visto a este hombre en otra prenda que no fuera una camiseta casual y los jeans descoloridos en que se va a trabajar, pero no puedo regalarle eso.

Quiero devolverme e ir a hacer cualquier cosa, ya sea apretar tornillos flojos en todas las bisagras. Se abre la puerta y la mujer del festejado, envuelta en un brilloso vestido aguamarina y con maquillaje alrededor de los ojos del mismo color, abre los brazos, suelta unos besos al aire, e invita a pasar con exagerada efusividad. Atravieso una sala de lujo que nadie usa y nos vamos hasta atrás, hasta la sala de estar combinada con cocina, donde suena salsa de los ochenta. Hay un gran letrero de pared a pared: ¡Feliz 50!

Hay otros dos hombres con botellas en mano, sentados en un mullido sofá de cuero frente al televisor. Ven un juego de fútbol americano en una gran pantalla de plasma. Voy hacia donde ellos y saludo. Las mujeres han gravitado hacia la mesa de aperitivos, mayormente frutas de temporada. La anfitriona me pone una botella de una cerveza de etiqueta plateada en la mano, y pienso en su horrible sabor aguado, pero la acepto porque está helada.

Uno de los invitados, el que se sienta más lejos, pregunta por encima de los timbales: ¿¡Ustedes son familia!?

No, le digo, soy el vecino de enfrente.

El hombre asiente. El otro mira la televisión sin voltear.

¿¡Y ustedes!? — le pregunto.

¡Soy su mecánico! — contesta el primero.

Yo miro al sonámbulo, que apenas mueve los labios para decir: Instalador.

¿¡De qué!? — pregunto.

El hombre apunta con la barbilla: De ese televisor en la pared.

Atravesamos un largo silencio entre el estruendo de la música, pero luego el instalador se anima a decir más: Te puedo dar un buen precio. Me pasa una tarjeta. Le doy las gracias. La pongo en el bolsillo de mi camisa, sin intención de volver a mirarla, y me doy un trago de esa cerveza babosa.

En eso, el festejado baja la escalera que termina al pie de esa sala. Está vestido hasta el tope: pantalones azules de brillo; camisa blanca a rayas rojas, con los puños doblados para revelar debajo el mismo color de las rayas; zapatos de cuero, y en el pecho desabotonado un medallón de oro. Las mujeres hacen alboroto en torno al cumpleañero, que si ha llegado a la mitad de la vida o no sé qué, y los tres extraños nos ponemos de pie y le damos la mano y decimos las felicitaciones esperadas.

El festejado retuerce los ojos, mira al letrero en la pared y parece avergonzado. Se dirige a nosotros, los hombres, y encoge los hombros: Mi mujer, qué se va a hacer.

Ella viene desde la cocina con un gran pastel en brazos y toda una conflagración de velas encendidas. Nos vemos forzados a cantar, que los cumpla feliz. Pide un deseo, dice ella. A él se le aguan los ojos, y sopla su aliento sobre toda la superficie del pastel. Aplaudimos.

Los hombres nos volvemos a sentar. Al rato, comemos pastel con cerveza, y vigilamos la salida.




Foto por Joe reproducida con licencia de Creative Commons para fines no comerciales. Se publicó originalmente en enero de 2005 en Flickr.


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