3 de mayo de 2009

Religión más allá de la fe

Hace más de tres años que empecé una exploración sobre lo que denominé "el deseo de pertenecer" -- la búsqueda que lleva a muchas personas a afiliarse con instituciones religiosas y lo que ofrecen esas instituciones en sus principios y vida comunitaria.

Me propuse ir a iglesias de distintas denominaciones como una combinación de ejercicio periodístico y experiencia personal que decidí compartir --en parte-- en estas páginas. Afirmé desde un principio que me acercaba a esta actividad con mente escéptica, casi con ánimo antropológico, y no en busca de mi propia salvación.

Nunca imaginé que en ese proceso encontraría un hogar espiritual.

La razón: Detesto los dogmas.

No tengo ningún interés en repetir afirmaciones de fe ciega ni en investir alguna persona o doctrina de autoridad sobre mi visión de la realidad. Sin embargo, en cada iglesia a la que fui (unas sobre las que escribí y otras que se quedaron muchas veces en el tintero) encontré pastores y predicadores dispuestos a convencerme de que ellos tenían la verdad.

Unos, muy sutiles, decían no presionarme y querían conversar sobre mis inquietudes, pero cuando creían que me tenían ablandado hacían su oferta de un viaje directo al cielo.

Otros, menos sutiles, vinieron a tocarme la puerta de la casa por meses, y sábado tras sábado les expuse la falta de lógica en el fundamento de su fe, sin lograr que entráramos en diálogo alguno: tenían una cita bíblica para todo, incluso para salir de aprietos y cambiar de tema.

Me enorgullece decir que triunfé y que mi dirección aparece en la lista negra de los proselitistas religiosos --probablemente marcada con el número 666-- porque jamás han vuelto a tocar mi puerta ni a malgastar los panfletos con dibujos coloridos de un idílico paraíso.

Había suspendido mi ejercicio porque, aparte de las pequeñas sectas que en su mayor parte son un terreno estrafalario (que también visité, por cierto), las organizaciones religiosas se parecen mucho. Pueden tener nombres distintos, pueden cambiar los himnos que cantan, pueden modificar los ritos, pero se fundamentan casi todas en una profesión de fe que no admite cuestionamientos.

¿Por qué no hay una iglesia --me preguntaba-- donde se admita a la gente que quiera explorar estos temas sin imponer un dogma?

Entonces recordé algo. Hace años fui a una feria de religión por razones de trabajo. Allí pude hablar en una misma mañana con musulmanes, budistas, jainistas, judíos, católicos, luteranos, pentecostales, episcopales, hinduístas, bahaístas y Sikhs. Fue interesante. Casi todos invocaban la divinidad en distintas encarnaciones, pero no me daban respuestas satisfactorias a preguntas como: ¿Por qué si tu Dios es todo bueno, compasivo, poderoso, existe toda esta división en nombre de la fe? Es culpa de los hombres, decían. ¿Pero por qué Dios lo permite? Libre albedrío. ¿Entonces por qué castiga a los seres humanos si él los creó de esta manera? ¿No es un poco sádico este Dios?

Solamente me impresionaron dos grupos: los budistas que no creían en un “Dios” y un grupito de gente que se hacían llamar “unitarios-universalistas”, que me decían: puedes creer o no creer, en nuestra iglesia no exigimos fe ni implantamos algún dogma. Sin dogma, preguntaba yo, contradiciéndome a mi mismo, para qué tener una iglesia.

Lo fui a averiguar este fin de semana. Asistí una década después de aquel encuentro a un servicio de la iglesia unitaria-universalista, que por casualidad queda bastante cerca de mi casa. Su lema: “Religión que pone su fe en ti”. Su símbolo: un caliz desde el que se desprende una llama.

Menos del uno por ciento de la población de Estados Unidos profesa esta “tradición viva”, como ellos le llaman. Se le define como una religión de teología liberal, a veces llamada uuísmo. Sigue siendo un “ismo”, pero de los más extraños que uno pueda imaginar porque su finalidad es “la búsqueda libre y responsable de verdad y significado”. Admite gente de fe y ateos, así como a los que se ubican en lugares entre esos dos extremos, siempre y cuando les interese esa búsqueda. Admite familias, gente de toda raza y parejas del mismo sexo.

Los principios de la iglesia --o sociedad-- uuísta son afirmar y promover: 1) el valor inherente y la dignidad de cada persona; 2) la justicia, equidad y compasión en las relaciones humanas; 3) la aceptación mutua y la motivación para el crecimiento espiritual en sus congregaciones; 4) una búsqueda libre y responsable de verdad y significado; 5) el derecho de conciencia y el uso del proceso democrático dentro de las congregaciones y en la sociedad; 6) el objetivo de una comunidad mundial con paz, libertad y justicia para todos; 7) respeto hacia la red interdependiente de toda la existencia de que somos parte.

El servicio del que fui testigo transcurrió acorde a estos principios. Se iluminó una luz en un caliz a la vez que se pronunciaba esta afirmación: “En la luz de la verdad y la calidez del amor nos reunimos para buscar, para sostener, y para compartir”.

Aquí se toman mitos de las variadas religiones y de la vida común.

La congregación dio la bienvenida a los visitantes y los que quisieron fueron al frente a compartir, de manera informal, sus alegrías y preocupaciones, y a encender una vela en oración, recordación o celebración de esos hechos. Luego hubo una charla con una experta en la yoga de la risa que condujo algunos ejercicios de risa en grupo. Los temas y los oradores cambian cada semana. A la vez los niños asistían a clases de religiones del mundo, sesiones de arte y tiempo de juego en otras partes de la iglesia. Todo terminó sin exigencias ni presión para que los nuevos regresáramos.

Yo, sin embargo, salí de allí dispuesto a volver.



Esta nota es parte de «El deseo de pertenecer», una serie ocasional sobre la fe, la religión y el culto que se manifiestan como el deseo de pertenecer a algo mayor que nosotros mismos.

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