"Birthday Wish," reproducida con licencia CC. |
Me encuentro ante esta puerta con la botella de vino en mano y una corbata doblada en una bolsa de regalos en colores discretos, preguntándome cuál es el sentido de todo cuanto existe. Nunca he visto a este hombre en otra prenda que no fuera una camiseta casual y los jeans descoloridos en que se va a trabajar, pero no puedo regalarle eso.
Quiero devolverme e ir a hacer cualquier cosa, ya sea apretar tornillos flojos en todas las bisagras. Se abre la puerta y la mujer del festejado, envuelta en un brilloso vestido aguamarina y con maquillaje alrededor de los ojos del mismo color, abre los brazos, suelta unos besos al aire, e invita a pasar con exagerada efusividad. Atravieso una sala de lujo que nadie usa y nos vamos hasta atrás, hasta la sala de estar combinada con cocina, donde suena salsa de los ochenta. Hay un gran letrero de pared a pared: ¡Feliz 50!
Hay otros dos hombres con botellas en mano, sentados en un mullido sofá de cuero frente al televisor. Ven un juego de fútbol americano en una gran pantalla de plasma. Voy hacia donde ellos y saludo. Las mujeres han gravitado hacia la mesa de aperitivos, mayormente frutas de temporada. La anfitriona me pone una botella de una cerveza de etiqueta plateada en la mano, y pienso en su horrible sabor aguado, pero la acepto porque está helada.
Uno de los invitados, el que se sienta más lejos, pregunta por encima de los timbales: ¿¡Ustedes son familia!?
No, le digo, soy el vecino de enfrente.