La novela Los premios empieza con una promesa de trama, un viaje en el que un grupo de extraños abordará un crucero con destino incierto tras ganar un premio auspiciado por el gobierno. Podría pensar el lector en cualquier tipo de aventura que sucederá en ese trayecto, pero con cada página leída se va uno dando cuenta de que este barco no va para ninguna parte, aunque ya es muy tarde para regresar.
No estamos hablando de cualquier escritor, sino de una de las lumbreras de la literatura latinoamericana (y de más allá) y cabe sospechar que no fue falta de dominio del oficio de escribir que llevó a Julio Cortázar a emprender un viaje sin destino en el que la falta de sucesos se convierte en el principal hecho, algo así como el motor de la no-acción. Los premios fue su primera novela publicada por allá en 1960.
No lo niego. Maldije la hora en que me puse a leerla, porque esta novela era una trampa. Como señalé antes, era muy tarde, demasiado tarde, para dar marcha atrás cuando me di cuenta de que no pasaba nada y que el final no traería gran revelación. Esta era una excursión ficticia que se emprende en grupo donde después de escalar más de la mitad de una montaña, o en este caso navegar más de la mitad del viaje por un mar monótono, uno sabe que el regreso sería más tedioso (e incluso humillante) que proceder, aguantar y desembocar en mala compañía en el mismo puerto de salida de un viaje frustrado.
La trama ya la dije, porque es poca, y aunque tiene su desenlace es mejor no revelarlo, no vaya a ser que se arruine la experiencia de quienes se atrevan a emprenderla. El caso es que el barco, el Malcolm, es una excusa y los premios son una carnada para meternos en este viaje con representantes de las recalcitrantes clases sociales de la Argentina de la época, con sus creencias, prejuicios y pequeñas burguesías de desesperación.
Sirve este barco, como anticipa el estrafalario personaje Persio en uno de sus cada vez más incomprensibles soliloquios, para “la mezcla casi pavorosa de seres solos que se encuentran de pronto viniendo desde taxis y estaciones y amantes y bufetes, que son ya un solo cuerpo que aún no se reconoce, no sabe que es el extraño pretexto de una confusa saga que quizás en vano se cuente o no se cuente.”
No estamos hablando de cualquier escritor, sino de una de las lumbreras de la literatura latinoamericana (y de más allá) y cabe sospechar que no fue falta de dominio del oficio de escribir que llevó a Julio Cortázar a emprender un viaje sin destino en el que la falta de sucesos se convierte en el principal hecho, algo así como el motor de la no-acción. Los premios fue su primera novela publicada por allá en 1960.
No lo niego. Maldije la hora en que me puse a leerla, porque esta novela era una trampa. Como señalé antes, era muy tarde, demasiado tarde, para dar marcha atrás cuando me di cuenta de que no pasaba nada y que el final no traería gran revelación. Esta era una excursión ficticia que se emprende en grupo donde después de escalar más de la mitad de una montaña, o en este caso navegar más de la mitad del viaje por un mar monótono, uno sabe que el regreso sería más tedioso (e incluso humillante) que proceder, aguantar y desembocar en mala compañía en el mismo puerto de salida de un viaje frustrado.
La trama ya la dije, porque es poca, y aunque tiene su desenlace es mejor no revelarlo, no vaya a ser que se arruine la experiencia de quienes se atrevan a emprenderla. El caso es que el barco, el Malcolm, es una excusa y los premios son una carnada para meternos en este viaje con representantes de las recalcitrantes clases sociales de la Argentina de la época, con sus creencias, prejuicios y pequeñas burguesías de desesperación.
Sirve este barco, como anticipa el estrafalario personaje Persio en uno de sus cada vez más incomprensibles soliloquios, para “la mezcla casi pavorosa de seres solos que se encuentran de pronto viniendo desde taxis y estaciones y amantes y bufetes, que son ya un solo cuerpo que aún no se reconoce, no sabe que es el extraño pretexto de una confusa saga que quizás en vano se cuente o no se cuente.”