7 de febrero de 2008

No tener tiempo.

Estaba yo en una entrevista de trabajo ante el editor de uno de los diarios metropolitanos de mayor circulación de Estados Unidos. Llegar hasta su oficina era de por sí un triunfo que obtuve gracias a algunos años como periodista itinerante. Había conocido gente que conocía a gente y ya me desempeñaba como periodista de crimen en la ciudad de Nueva York.

Me cuestionaba qué hacer con esta necesidad que sentía de escribir.

Llegué a las oficinas del periódico, enfundado en el único traje que tenía, demasiado brilloso para el gusto de una redacción. Lo había comprado en el mercado negro del barrio chino por cincuenta dólares y no me daba cuenta hasta ese momento de que, aunque era negro y de corte conservador, sus rayas de canquiña lo hacían más acorde para un mago que para un hombre serio.

Una secretaria que era mayor de edad, pero de pelo suelto y rebelde me pidió que me sentara fuera de la pared de vidrio que encerraba la oficina de aquel editor, cuyo nombre me reservo. Alrededor mío había cajas que exhalaban ese adictivo olor a libro nuevo. La secretaria notó mi curiosidad y me dijo que era la última novela de aquel editor. Estaban allí para que él las dedicara.

Aquel hombre de barba rojiza y barriga cervecera se acercó y me saludó enérgicamente, invitándome a su oficina. Tropecé con otras cajas de libros camino a la única silla que podía ocupar. Le felicité por la publicación y él me preguntó si yo escribía. Le dije la verdad: que me gustaba escribir y que había empezado varias cosas, pero que mi trabajo de reportero policial no me dejaba mucho tiempo para enfocarme de lleno a eso. Casi de inmediato, me dí cuenta de lo ridículo de mi afirmación. Yo, un reportero cualquiera, no tenía tiempo para escribir; mientras él, el editor de uno de los diarios más grandes del país, iba por su tercera novela.

Varias semanas después recibí una carta de rechazo de aquel editor. Dijo que yo no era la persona acorde para la posición que buscaba, y me deseó suerte. Yo sigo convencido de que perdí el empleo, aunque me llevé una lección, por mi falta de tiempo.

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