Gate, Gate;
Paragate;
Parasamgate;
Boddhi;
Swaha.
Mantra tibetano.
La última vez que me mudé tuve un sueño alegórico.
Manejaba un vehículo por una de las calles céntricas de Manhattan en dirección del Río del Este. Aunque esa calle termina en el río y da a una autopista, en mi mundo interior llevaba directamente a un puente que era tan majestuoso como inusual. Brillaba con luz propia, como una de esas piezas de plástico que despiden luminosidad en la oscuridad.
Guié hacia ese puente desconocido, deslumbrado por su brillo. Tan pronto empecé a cruzar, algo cambió. La noche se hizo tan densa que ya no veía el puente. Ni siquiera veía por dónde iba. Todo era negrura y desesperación. En esa oscuridad encontré una fuerza ciega de voluntad. Seguí adelante. Crucé lleno de terror.
Aquel puente representaba la transición por la que pasaba al salir de Nueva York, después de una quincena de años en la ciudad. El miedo oscurecía la vista ante el cambio. Lo desconocido se volvía algo vasto y oscuro. Pero llegué bien a la otra orilla.
Otra vez me veo ante un cruce, porque se acerca otra mudanza. Estoy lleno de incertidumbre y preocupaciones. También de posibilidades y expectativas. Tengo que aprender a pasar por estos cambios con la disposición sana, y lleno de esperanza.
Sin embargo, estoy aprendiendo algo. Y es que en la vida se dan cambios, quiéralos uno o no. Uno puede resistirlos, inútilmente, y dejar que la ola se lo lleve dando gritos y pataletas, como el adulto que carga a un niño resabioso. Pero los cambios sucederán. La alternativa es aprender a montarse sobre la cresta y disfrutar de los altos y bajos como las fluctuaciones que son nada más.
Así que si en mis próximos sueños aparece otro puente, no dudaré mucho en cruzarlo. Si me caigo al agua, nadaré hasta la otra orilla.
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