16 de junio de 2013

Hacia una literatura del mundo

Entre el cielo y la tierra
Fotografía "Entre el cielo y la tierra", usada con licencia de Creative Commons, cortesía de Carol.

En lecturas recientes he notado algo que tal vez sea obvio para los estudiosos de estos asuntos, pero es nuevo para mí: la literatura parece estar globalizándose a la par con la porosidad de las fronteras --sean éstas físicas o culturales-- de la época contemporánea.

Nada tiene de extraño que un personaje judío empiece su historia en Austria, traspase Europa, pase por Cuba y desembarque en Nueva York, como sucede en "Otra vez adiós" de Carlos Alberto Montaner.

O que un personaje colombiano se encuentre arrestado en Bangkok y que su hermana se escurra de Tokio a Teherán en busca de algo elusivo que llamamos felicidad en la novela "Plegarias Nocturnas" de Santiago Gamboa.

Ni que un Adam Johnson, el escritor estadounidense que ganó el Pulitzer este año por "The Orphan Master's Son", desarrolle una trama que transcurre en Corea del Norte, con algunos episodios en Japón, en Estados Unidos y en Corea del Sur.

Tampoco que Jonathan Franzen envíe a uno de los personajes de su prototípica familia estadounidense a Lituania para arrojar una pizca de acción a "The Corrections".

Y ya sabemos como el chileno Roberto Bolaño escribió una especie de novela sin país en "Los detectives salvajes", poblada de demasiadas voces, influencias y lugares. Aunque esa ficción se da inicialmente en el contexto geográfico de México, y dentro un mayor círculo de la cultura latinoamericana, uno puede palpar el trasfondo de sus personajes que son conscientes del mundo más allá de su entorno. En su desarrollo, esa novela nos lleva por todas partes y, al final, a ningún lugar.

Sé que estos libros representan una colección al azar, pero me parece que tienen algo en común que busco señalar: fueron escritos en estas décadas que preceden y suceden al cambio de milenio y sus personajes claves trascienden las fronteras de los territorios nacionales, ya sea por gusto o necesidad. Son hombres y mujeres del mundo, con entradas y salidas por las fronteras, con identidades que fluctúan. A veces son artífices de migraciones sin fines ni regresos.

Esto no significa que las novelas de nuestros tiempos sean libros sobre migración, sino que la facilidad de movimiento y comunicación hace que en alguna medida el pensamiento se vuelva transnacional, como la economía, y ello se refleja en la narrativa.

Me parece natural, y hasta saludable, esta internacionalización de la ficción, porque tras ella va también un reconocimiento de que somos una sola humanidad en un solo planeta, y ese conocimiento puede ayudar en la lucha contra los extremos nacionalistas de las ideologías a medio cocinar. Puede haber una literatura que pregone al mundo las particularidades de una geografía, de su gente y su cultura, sin perder una visión más universal.

Puede ser que por este camino de la ficción a ratos nos demos cuenta de que el verdadero invento no es esta fusión de historias y culturas del ahora sino aquella malformación que hace siglos nos dio por llamar nacionalidad.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy buen análisis de algo que yo venía notando sin poder expresarlo de manera consciente. Este blog es excelentísimo.

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