25 de mayo de 2009

Lluvia de mayo

llover

Los meses de lluvia que asaltan esta zona del trópico me transportan: a esas tardes de mayo en las que esperaba a que terminara la lección para salir corriendo a casa, despechugarme en cuanto llegaba y esperar al aguacero.

Salir, pies desnudos, pecho abierto, y sentir el estruendo de las nubes que se vaciaban. De esa agua distinta a la que venía por las tuberías. Agua con olor a bosque.

Los niños corríamos, dueños de las calles, mientras los adultos se escondían tras puertas y persianas cerradas -- cada vez más viejos, cada vez más serios, cada vez más miedosos.

Ibamos, incluso aquellos de nosotros que no se bañaban con frecuencia, tras los mejores caños. Teníamos guerras de lodo y volvíamos a ser de barro, antes de que la lluvia nos volviera a limpiar y dejar exhaustos. Cuando terminaba la tormenta éramos otros: empapados, friolentos; podría decirse, resacados.

Cada vez que llueve de manera torrencial miro hacia afuera, y añoro de buena manera esas tardes de libertad. Lamento que ahora espío la lluvia y, aún más, que los niños nos acompañan dentro de la casa.

Tras una semana de tormentas repetidas, de inundaciones, de tormentas y amenazas de tormenta, me propuse cambiar eso. Me vestí en ropa de baño y esperé.

Empezaron las alertas, que repetidas una tras la otra en nuestro radio meteorológico parecían avisos apocalípticos, y las nubes se asomaron en tonalidades de grises y azules oscuros, como la tarde. Empezó a llover en condados cercanos, pero no en éste, como si la lluvia, si la vida, me evadiera de una vez y para siempre. Rendido, vi cómo se gastaba la tarde.

Era casi noche cuando unas gotas se estrellaron contra la ventana de mi oficina. Miré desanimado; era muy poco. Pero a esa gota le siguió otra y otra y otra, hasta que la lluvia volvió a demostrar que lo infinito existe en lo grande y en lo pequeño: ya no se le podía contar.

Fui destripándome las falsas pieles camino al patio y llamé a los niños. Ellos reconocen ese tono de voz, raro en los adultos, que indica un ruptura de la normalidad. Me siguieron dispuestos y, quitándonos los calzados, corrimos sobre el pasto, jugando pelota para justificar el rato. La tarde era nuestra, aunque las gotas fueran frías y vacilantes. Estábamos expuestos al cielo y sus maravillas. Estábamos mojados, y vivos.

Los niños, y tal vez los poetas, entienden de estas cosas. Son de fácil risa; de fácil llanto. Lo sé porque me lo dijo el pequeño, sin contener la sonrisa: “Esto fue una locura. Hagámoslo otra vez”.


Fotografía: «Llover», cortesía de María Alejandra (marialegria).

16 comentarios:

Joselu dijo...

No vivo en una zona tropical de modo que no puedo experimentar esa sensación de gozo ante el chaparrón con olor a árbol y a bosque. Lo más que puedo añadir es evocar mis viajes por el sudeste asiático en los que sí había estos aguaceros y constatar que era un prodigio dejarse mojar con el agua que no caía fría sino templadita y no molestaba. De pronto uno veía que el nivel del agua había crecido y me llegaba por encima de los tobillos y mar. Era una sensación maravillosa que no he olvidado. ¡Qué bien contrapones las ganas de experimentar de los niños al miedo de los adultos! Un cordial saludo.

J. Loeza dijo...

Víctor un saludo desde México, mi nombre es Jorge Loeza, resido en la ciudad de Xalapa, Veracruz, y desde hace un tiempo sigo tu blog con especial interés. Te felicito por los contenidos del sitio, y en especial por la labor en las entrevistas a escritores, es muy buen material para informarse de gente nueva que comparte el gusto por las letras, y por el universo de emociones que puedes desatar a través de ellas.

Las facilidades de comunicación que brindan los blogs extienden pues, nuestro alcance para llegar a conocer a personas de distintas partes del mundo, no sólo para socializar, si no para llevar a cabo un interesante intercambio de conocimientos. Me alegra que en esta basta red se puedan disfrutar de sitios como éste, en los que la utilidad del blog trasciende al monitor para inmiscuirse en el lector.

Me despido, y un cordial saludo. Yo incursioné en el mundo de los blogs apenas hace un año, pero no he sido muy constante en mis publicaciones y no le he dado aun difusión. Por el momento estoy realizando mis pininos en dos concursos de cuento, uno de ellos de renombre a nivel nacional. Espero iniciar algo importante en mi realización personal, como un escritor que va dando sus primeros pasos.

Víctor Manuel dijo...

Hola amigos.

Joselu -- Pues sabes entonces a qué me refiero, pero en el fondo es más sobre ese otro tema paralelo de cómo, si nos descuidamos, perdemos el gozo por la vida.

Jorge -- Bienvenido. Gracias por tu lectura, aunque haya sido silente hasta ahora. Lo de las entrevistas es nuevo (francamente, me copié de Rosa Silverio, que tiene un blog que puedes encontrar muy interesante también), pero es algo que a lo mejor seguiré haciendo de vez en vez. Te felicito y te compadezco por padecer de esta afición por la escritura. Es un camino largo, pero también coincido en que conduce a la propia realización, y por tanto es de regreso a uno mismo.

Anonymous dijo...

Baakanit, ese último comentario es mío.

Anonymous dijo...

Anónimo,

Me has traido muy buenos recuerdos. Aunque yo no disfruté mucho de los aguaceros, mi mamá me trancaba para que no me enfermase. No le podía llevar la contraria, ya que cada vez que me mojaba como pollito, al otro día me caía una tos de perro.

Aquí he notado que la gente le teme a los aguaceros, si llueve te sacan de las piscinas, de los campos abiertos, para que no te caiga un rayo.

En esta ciudad,NY, contamos con una lluvia radioactiva, de esas que despellejan y dan cáncer.

Saludos

Anonymous dijo...

Comparto la lluvia contigo:

Esa lluvia aliviadora de quehaceres, tronadora de aventuras, la que se siente al caminar entre sus estrillantes gotas, que al galopar por nuestra piel le abren camino al recuerdo. Ese tiempo en que liberados del deber, corríamos a empaparnos de alegría, sin importar los gérmenes, las explosiones eléctricas o no se que mas cosas para parar nuestra voracidad de libertad. Recuerdo aquel que entra en mí ser cuando su fruto se estriílla en la piel. Recuerdo de niña que solo soltando el rededor podemos recuperar. Abracémoslo, para una vez más vivir…

Mariposa de Mayo
05/27/09

Víctor Manuel dijo...

Anónimo (B) -- Pues ahora que eres grande lo puedes hacer: sales por ahí corriendo por las calles de Nueva York cuando llueva.

Mariposa -- Gracias; imagino que por allá en el arenoso Afganistán donde te encuentras no llueve de esta manera, mayor causa para la nostalgia. Cuídate.

franjamares dijo...

Los recuerdos de la infancia están conectados diractamnete con el corazón de los hombres, son primarios e instintivos, como esa lluvia tropical que tuvísteis la suerte de sentir y saborear por el hecho incuestionable de jugar sin atender a ningunos reparos, ni mideos, sin entender de cronometos y otras absurdos paraguas del mundo de los adultos.

Anonymous dijo...

¡Si mi querido amigo, aquí llueve diferente! Lluvia cubierta de polvo, ese polvo que cubre a todo y todos. ¿Sabes que estoy descubriendo de donde sale tanto polvo? Dicen que cuando uno muere vuelve al polvo de donde vino. Seguramente de ahí viene este polvo que seca la lluvia, de la muerte. Si, aquí el polvo seca la lluvia seca el alma, al igual que nunca vemos el sudor, ellos no ver la esperanza. Cuando estamos bajo el calor intenso que te envuelve con el viento todo tu cuerpo sabes que te estas deshidratando, pero no lo vez, ellos saben que duermen, se levantan, trabajan y vuelven a dormir, pero que de entre medio. De igual manera cae la lluvia sin dejarse sentir, pasando entre nosotros como viajero invisible que no deja huellas. De igual manera estos seres humanos pasan por la vida sin sentirla. Tratando de agarrar las gotas de normalidad urbana que añoran, sin poder alcanzarla. Estos seres que solo saben de muerte, sin voluntad.
Mariposa de Mayo

Multifaceted dijo...

Hola! Primera vez que visito y comento en tu blog. Me encantó esta entrada. Justo ayer recordaba cuando le rogaba a mi mamá que me deje salir a la lluvia. Yo buscaba mi traje de baño y bailaba y cantaba bajo el agua. Yo hacía todo un musical bajo la lluvia. Extraño esos tiempos, y ese olor fresco me recuerda tanto a mi tierra. Bello Post.

Saludos.

Víctor Manuel dijo...

Hola amigos.

Franjamares -- Así es.

Mariposa -- Una vez leí un cuento que aunque era religioso, y por tanto no el tipo de lectura que prefiero, se llamaba "Lluvia en el desierto" y me encantó esa imagen de alguien que esperaba el único día de lluvia en que volvía a florecer todo, aunque fuera por un instante.

Multifaceted -- Gracias por la visita. Me alegra que te haya transportado a esa experiencia.

seseum dijo...

Nada como un baño de lluvia, nada como el olor que la anunciaba y nos hacía correr a sacar los "trajebaños" de la última gaveta, nada como correr por la Calle L bajo un temporal que limitaba la visión a la acera del frente, nada como aquel caño inconmensurable que bajaba del techo de mi vieja, nada como echar carreras con hojitas de coralillo por el entonces inmenso caudal de nuestra cuneta.

El día que logren emularlo en un Nintendo, me mudo de planeta.

Gracias por el viaje.

Víctor Manuel dijo...

Seseum -- qué bien lo dices.

Después de escribir esto me encontré con la siguiente descripción del aguacero dominicano, de Marcio Veloz Maggiolo en su novela «La mosca soldado» (gracias a Rosa Silverio por prestármela):

"Impulsado por un gozo infantil, terminé de desnudarme y quedándome en calzoncillos, con la llegada inminente del nuevo chubasco, caminé hacia el poblado y me coloqué bajo los chorros de agua que soltaban los tejados para sentir el golpe de los caños sobre mis espaldas. Retornaba casi ritualmente a mi barrio de Villa Francisca, en donde el aguacero era una festividad urbana y los muchachos corríamos desnudos por los callejones en un Santo Domingo entonces llamado Ciudad Trujillo, en donde la miseria obligaba muchas veces a la desnudez. No podíamos bañarnos bajo la lluvia con nuestras ropitas de ir a la escuela, o de ir al cine los domingos. Los más grandes usaban taparrabos como los indios, los pequeños, sin sexo ofensivo, simplemente metíamos el cuerpecito bajo el chorro de las edificaciones altas, soportando estoicamente el peso amorfo del agua que nos daba en la cabeza y que nos aturdía".

Joanne Rodríguez dijo...

Hermoso! Me ha encantado este texto. Creo que el cielo y el aire caribeño provoca algo en uno que nos hace sentir más libres, con menos miedos. Bien por ti que le permitiste y compartiste ese momento de "locura" con tus niños.

Las últimas líneas están geniales!

Un abrazo.

Víctor Manuel Ramos dijo...

Gracias. Se aprende mucho de los niños, si uno está dispursto.

Víctor Manuel Ramos dijo...

"Dispuesto", quise decir.

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