Acabábamos de ascender una colina y estábamos en la calle que desembocaba en casa, cuando mi mamá me preguntó por qué no trataba.
Tenía miedo de caerme. No quería ensuciar el turquesa que brillaba sobre los tubos de mi nueva bicicleta. Era perfecta, y nueva.
Hace algunos veinte años de eso. El niño que yo era lograba un sueño. Junté algún dinero que me enviaron mis tíos y tías desde Nueva York con otros pesos que tenía mi madre y fuímos hasta la ciudad a obtener aquella BMX.
La escogí por el color: hasta sus ruedas eran azules. Preguntamos el precio. Costaba unos diez o quince pesos más que lo que esperábamos, pero yo estaba enamorado de ésa. Mi mamá sacrificó otros billetes y añadió la diferencia. Acepté el timón, tembloroso, de manos del vendedor.
Me sentía el niño más dichoso del mundo.
Media hora después, me encontraba al tope de la calle de mi barrio, con un zapato en el pedal y el otro en la tierra. Mi mamá esperaba mi demostración. Una vecina que advirtió la escena se detuvo en su marquesina para mirar.
Traté y tambalié. Tuve que bajar los dos pies. La vecina se rió. Traté otra vez. Pedalié algo más. Tambalié de nuevo, pero me enderecé. Tensioné los brazos y apreté las manos con todas mis fuerzas. La bajada me dio impulso. Ahora no me podía detener. Las ruedas rebotaban sobre el pedregal de la calle. Iba desbocado. Mi mamá quedaba detrás entre la nube de polvo.
Alcancé a ver el celaje de otra vecina que me saludaba desde atrás de una alambrada, pero yo no tenía ni la menor intención de soltar el timón.
Allí, en plena calle, supe que me encontraba completamente solo. Nadie me podía ayudar. El asunto era entre mi bicicleta, las piedras de la calle, y yo.
Descubrí el freno a tiempo para no estrellarme al fondo de la calle y torcí el timón lo suficiente como para entrar disparado hasta el patio de mi casa. Tuve la suerte de que el portón estaba abierto.
Por fin, yo tenía bicicleta. No tendría que mendigar ruedas ajenas. Podría irme por las calles del barrio, y más allá, en ella. Podría precipitarme por alguna bajada y saltar montículos de tierra. Podría enseñarle a montar a las muchachas. Todo sería diferente.
Y lo fue. Me estrellé muchas veces. Llegué a subir en ella hasta a dos niños, uno sobre el tubo y otro parado sobre las tuercas traseras, mientras yo pedaleaba. Esa fue una de las ocasiones en que me estrellé -- de lleno contra un matorral.
Viví aventuras con ella, como aquella tarde que me persiguió un toro, o aquella otra en que atropellé a un niño que corría por el parque, y volví a escapar en ella cuando una multitud me quiso apresar. O cuando la usé para asistir a mi primera cita con una muchacha. Mi bicicleta y yo.
La vendí dos o tres años después, cuando la pubertad hizo estragos en mi niñez. Me interesaban otras cosas, como la ropa que podía comprar con los pesos que me pagaron. El niño a quien se la vendí fue más desafortunado. Se la robaron la siguiente semana, sin que llegara a montarla más que unos días.
Pero he vuelto a ser niño: veinte años después compré otra. Es una bicicleta montañera, la versión para adultos de mi añorada BMX. Esta se llama NEXT, que significa “próxima”. También es azul, aunque azul oscuro. Es un regalo de mi esposa. Ella y mis niños me acompañaron a comprarla. Me sentí dichoso, como aquella tarde.
Me encontré al día siguiente en otra calle, pavimentada y solitaria, listo para estrenarla en las horas del amanecer. Subí un pie en el pedal y arranqué, esperando esa ligereza que sentí tantas veces al arrojarme por terrenos torcidos. Volví a tambalear, como la primera vez. Perdía el control. Tensioné los brazos y apreté. Sentí mucho más peso, como si arrastrara todo el pasado, y sufría la preocupación de hacer el ridículo. Pero ya estaba sobre la bici.
Me enderecé, pedalié y seguí. Sentí la tensión en los muslos y algo de cansancio, prematuro diría yo. Quise arrepentirme. Di una pedalada y luego otra. Recordé a mi madre. A la mujer que miraba. A la otra vecina que me saludaba aquella primera vez. A mi esposa y a mis hijos. Doblé hacia otra calle, y luego otra, y nuevamente me encontré solo, con mi bicicleta y la calle.
Me puse de pie sobre los pedales. La brisa me llenaba el rostro y me provocaba una sonrisa.
EL BELLO SERGIO (1958), DE CLAUDE CHABROL.
Hace 35 minutos.
11 comentarios:
Me gustó bastante este relato. Trabajó muy bien la circularidad de esta. De niño > adulto, de adulto a niño.
Me hiciste recordar la epoca en la que me compraron mi primera BMX aro 16, y luego la aro 20. Esas gomas de colores, azul, roja. Uno se ponía medio triste cuando esas gomas se dañaban y tenías que comprar gomas negras ya que las de colores o eran más caras o no aparecían.
Tengo una anécdota, un poco parecida a tu historia, pero la mía fue como darle un pequeño vistazo a la muerte. Me tocó bajar una colina sin frenos, en una BMX que tenía la famosa "Chicharra" soldada, es decir no podías pedalear hacia atrás. Bueno luego postearé esa anécdota que me has hecho revivir con este relato.
Gracias por tu e-mail, cuando salga de unos cuantos exámenes te envío una continuación.
Saludos, espero que el pavo no siga todavía en tu sistema, ya que en esta época de calentamiento globa nuestras madres u esposas sufren de recalentar la comida de Thanksgiving hasta que ésta desaparezca.
Ciao
Interesante relato sobre los inicios con la bicicleta y la vuelta a montar en tu etapa de adulto. Bien narrado, suscita emoción e interés la historia, que es lo que hay que pedir a un buen cuento. Yo tuve que aprender con dieciocho o diecinueve años. Nadie me compró una bicicleta cuando era niño. Siempre que sale este tema, echo a faltar esa experiencia inicial con la bicicleta. De mayor sentía mucha vergüenza intentando aprender cuando todo el mundo sabía.
Tu forma de escribir es inconfundible, tan fluida, tan leve, con esa precisión narrativa que da la omnisciencia. Eres realmente asombroso, tú lo sabes, y algún día lo sabrá todo el mundo.
Excelente , Víctor.
Te comunico que Morirsoñando se está leyendo en varios cursos del instituto en el que trabajo en el desarrollo de un plan de lectura, en el que leemos a los alumnos y con ellos, lecturas interesantes. Te contaré la experiencia.
Abrazos
cuando dejas de ser niño y t convertes en 'adulto' tus padres te dicen toma, he dirigido tu vida por X cantidad de años ahora es tu turno...ke nervios, tienes entre tus manos lo mas importante...tu vida todavia envuelta y te sientes nervioso al destaparla, pues depende de ti, y solo de ti, el k triunfes o fracases en la vida...
sentimos nervios al destaparla, al usarla, pero ella, muy a su manera te enseña a manejarla...y te dice si no te la juegas no ganas..
Fantastico adentrarme en tu mundo y admiro mucho a los que practican montar en cicla porque yo no soy muy buena, tan solo lo hago en plano.
Cuìdate mucho al montar, no te confies.
Un abrazo afectuoso1
Amigos, gracias por sus visitas y comentarios.
Baakanit -- quiero saber qué paso en la bajada de esa colina. Nos dejaste colgando...
Joselu -- bueno, todos tenemos nuestra experiencia, ¿no? Me pregunto qué te llevo a aprender a los 18. Un día contaré una experiencia peor, cuando "aprendí" a bailar a los veintitantos años... Dios mío, no me quiero ni acorder de todos esos bailes desastrozos.
Manuela -- No puedo decir más que gracias (y sí, me interesa la experiencia de esos pobres alumnos que tendrán que leerme).
Gryk -- Bienvenido por acá... Tiene sentido lo que dices. No lo había pensado de esa manera... Pero, igualmente, cuando parece que tenemos el timón no lo tenemos. La crianza sigue condicionándonos.
Lully -- Te diré lo que pasa cuando te subes a una bici y no te confías: te das un matazo. Así decíamos en mi país al simple hecho de estrellarte. Pero atrévete... y si te caes no es mi culpa.
Yo tengo una sana obsesión con las bicis (aqui la prueba)...y mi primera también fue una BMX, roja! ... luego vinieron muchas otras; mi sueño ahora es tener una bien retro.
Excelente relato, pasar por aqui ciertamente vale la pena, yo lamentablemente no tengo ni idea de pedalear, excepto claro esta si la bici es estatica. Sigo leyendote, Engels acerto con su recomendacion.
Saludos.
Naty.
"Recordé a mi madre. A la mujer que miraba. A la otra vecina que me saludaba aquella primera vez. A mi esposa y a mis hijos. Doblé hacia otra calle, y luego otra, y nuevamente me encontré solo, con mi bicicleta y la calle."
No recuerdo haber leído antes que alguien expresara esta emoción. Es una que me es muy particular. Pero ya se que la comparto. La experimento en circunstancias menos riesgosas (cuando estoy en la cama y dejo atrás el día). Miro el techo e imagino que es la misma habitación de cuando era pequeño y todo los recuerdo que se van acumulando me parecen ajenos, lo cual me provoca siempre una sonrisa como si digese: "y todo el mundo piensa que ese soy yo." Qué extraño, ¿no?
Saludos amigos... Estoy haciendo algunos ajustes en la bitácora y mi sitio de internet con el fin de centrar algo más lo que empezó como intentos dispersos. Como siempre, gracias a todos por el apoyo brindado hasta ahora. Les motivo a que se subscriban al boletín de Feedburner, desde la página principal, para que se enteren de los cambios por venir.
Ahora a los comentarios recientes:
Anónimo #1 -- Fui a tus sitios y disfruté mucho de tus fotos. Humanizas las bicicletas. Ojalá y sigas visitándonos por aquí.
Esperpento (Naty) -- Gracias por venir; le debo a Engels esa visita. No tienes que saber montar bicicleta para entender esto, porque tal vez tienes experiencias como estas en otros sentidos... Esos momentos en que tomas el timón de tu vida y te sobrecoge un gran sentido de responsabilidad.
Anónimo #2 -- Así es la vida, ¿no? Siempre la llevamos dentro.
Saludos Víctor...me hiciste recordad mi azul bicicleta BMX, de donde algunas veces me caí, pero siempre disfrute. Hoy algunos años más tarde, mi niño tiene su bici y eventual me la presta..y vienen a la mente, los recuerdos...Saludos Manuel, buen día!
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