La ciudad de Nueva York era mi hogar. Yo había caminado por el interior de esas torres. Me había sacado todas las pertenencias de los bolsillos para pasar por los detectores de metales, instalados a las entradas desde la bomba de 1993. Había tomado el ascensor hasta el piso ochenta y tantos. Había sentido, allí adentro, la inestabilidad de la altura. Alguna vez vi, desde una de esas oficinas, la silueta cortante de Nueva York. Sentí vértigo.
Estuve también en el búnker de seguridad. Un huracán pasaba por la ciudad aquella tarde de domingo. Creo que era el Huracán Bertha. Las torres se sentían invencibles ante la lluvia y el viento. Creo que aquella vez escuché de alguien el estribillo popular de que las torres estaban hechas para sostener el impacto de un avión a reacción. Era el tipo de jactancia común a la ciudad: somos la ciudad más famosa del mundo; tenemos más rascacielos; tenemos el mejor sistema de trenes subterráneos; somos la capital del mundo; nunca dormimos; somos invencibles; somos, en fin, Nueva York.
Esa fortaleza no era del todo cierta. Yo lo sabía. Cualquier neoyorquino lo sabía.
Todos conocíamos la sensación de claustrofobia que nos asaltaba a veces -- ya fuera al cruzar uno de los túneles subacuáticos; tal vez atrapados en tráfico sobre alguno de los grandes armazones de los puentes; o aperchados a la ventana de algún coloso de ladrillos y armazones metálicos. Una ciudad de esas proporciones se prestaba al desastre. Todos lo sabíamos.
Fue horrible lo que sucedió el once de septiembre. No menos horrible que todos los desastres que se dan en distintas latitudes del mundo, pero más real para aquellos de nosotros que vivíamos allí, engañándonos a sí mismos entre aquella aura de arrogancia. No es lo mismo, por ejemplo, ver los edificios triturados del Líbano que saber que una de las paredes tenía losetas blancas y negras, o que en una de sus oficinas había una secretaria simpática que regalaba dulces, o que la persona que limpiaba los baños del piso noventinueve era un amigo de la familia.
Uno puede decir que alguna vez estuvo allí. Uno puede dar testamento de que la destrucción fue real. Uno sabe que muchas vidas se sacrificaron a ideas malsanas. Quedó el hoyo en la tierra como muestra.
Para muchos verdaderos neoyorquinos este aniversario es diferente de lo que vemos en televisión. Yo, de hecho, me he negado a ver el espectáculo. Dejé que pasaran los años y nunca regresé a la llamada "zona cero". Ni pienso regresar. No entendí a los turistas que pronto llegaron a ver el pus de la civilización.
Al marcarse el quinto aniversario no me interesan los ceremoniosos momentos de silencio, ni las listas de nombres, ni los discursos. Tampoco las películas que cuentan el heroismo. Mucho menos las guerras que prometen el opuesto de la guerra.
Más que recordar, necesitamos aprender.
El último amanecer de Sherida
Hace 3 horas.
9 comentarios:
Espléndido post. De los mejores que he leído hace mucho tiempo. He compartido contigo tus reflexiones sensatas y atinadas sobre aquel terrible desastre, en la capital de la soberbia, del orgullo, de la jactancia. En el eje del mundo, pero también desde otras partes del planeta sentimos la misma sensación de prepotencia que se sentía allí. España no es muy diferente. Somos un país de nuevos ricos. Los sucesos del once de setiembre nos impactaron, pero todo se vio aquí con un toque de ironía distanciadora. No somos muy dados a las ceremonias de recuerdo. Comparto contigo tus sentimientos y entiendo qué quieres decir. El mundo no va muy bien, y hay demasiada indiferencia en nuestros ojos. Hemos aprendido a ver la realidad según nos vaya a nosotros. Aquel día Nueva York y América entera conocieron el sufrimiento y aquello fue también un importante aprendizaje. El mundo es ancho y extraño. Nada de lo que es humano nos es ajeno y, sin embargo, vivimos como si lo fuera. Si de algo sirve esta cadena de blogs es para sentirnos más cerca, más humanos, más consecuentes. Quería escribir un post sobre el once de setiembre, pero lo dejé. Nos queda todavía mucho que aprender. El dolor es la moneda común del planeta. Lo de Nueva York sólo fue un eslabón más en la cadena pero se sintió en la capital del Imperio. Salud, compañero. Te he sentido muy cerca.
De acuerdo, Víctor, de la tragedia también debe aprenderse, aunque el hombre tropieza una y otra vez en la misma piedra. Un recuerdo hacia ese 11 de septiembre, y a tantos otros que hay en el mundo.
Un abrazo
"No es lo mismo, por ejemplo, ver los edificios triturados del Líbano que saber que una de las paredes tenía losetas blancas y negras, o que en una de sus oficinas había una secretaria simpática que regalaba dulces"
Cuanta razón tienes. En otro tiempo, subí mil veces las escaleras de la estación de Atocha, al regresar de mis clases en la universidad. Me he sentado, casi con seguridad, en todos los asientos que volaron aquí, el 11 de marzo de 2004. Es esa cercanía la que te deja indefenso. Y mudo.
Del mismo modo, es la distancia a esos edificios triturados del Líbano, la que nos hace también indiferentes. Sospecho que en esa indiferencia, la nuestra y la suya, reside la tragedia.
Tú lo dices: Más que recordar, necesitamos aprender.
Gracias por sus comentarios.
Joselu -- estamos cerca en este asunto... y tal vez sabemos ahora más que nunca que las divisiones políticas son ilusorias, que somos un solo mundo en fin.
Manuela -- así es: esta no es la única ni la mayor de las tragedias humanas, pero es una de las que conozco... Me negaba a escribir de esto, porque me molesta esa actitud de andarse sintiendo víctima, pero no resistí más...
J. Ubeda -- Veo que me entiendes perfectamente.
Aprender es lo más dificil que el ser humano puede hacer. Yo perdí a una amiga ahí, jamás la hallaron y una parte de mi pasado (como el de tanta gente) se cayó junto con las torres...
saludos
Aprender y no dejar que el dolor se nos vuelva indiferente como suele suceder cuando la violencia de las guerras ha calado tanto en nuestra rutina diaria...
Saludos Victor Manuel, una semana linda para vos.
es una experiencia muy dificil de recordar como expectador ,no llego a imaginar como sera vivirlo mas de cerca.En esa misma fecha acá en mi pais se celebra el golpe de estado que tuvimos en 1973, y estabamos en eso, con un ambiente extraño,que muchos aplauden y otros que no alcanzamos a vivirlo lo criticamos un poco desde afuera, pero al ver ese dia algo tan tremendo, en directo ,a mi me marcó y todavia recuerdo como se me erizó la piel de espanto
Necesitamos aprender bastante!
Saludos Sandra, Isa, Teyi, y Baakanit… Se me ocurre que somos como el público que presencia estos espectáculos mientras otros escriben el guión y dirigen la película. Pero si no hay público, no hay película.
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