3 de junio de 2017

Dos mil diecisiete y la ficción

El Gran Hermano siempre está mirando y lo sabe todo. La verdad es un asunto relativo y manejado por ministerios de información que componen la historia a su manera. La clase marginada es casi vista como subhumana, mientras que la gran mayoría se encuentra sumida en el sueño profundo del entretenimiento masivo.

La guerra es la paz. La libertad es esclavitud. La ignorancia es fuerza.

Los hechos no son los hechos.

Le he oído a varias personas con conocimiento general de la literatura comparar los tiempos en que vivimos con el mundo distópico de “Mil novecientos ochenta y cuatro”, la novela de George Orwell en cuya trama un sistema totalitario mantiene el control de la población por medio de la vigilancia masiva por medios tecnológicos y la represión de las dictaduras convencionales.

Estas comparaciones me han puesto a pensar sobre las distopías y el papel que juegan en nuestra conciencia colectiva.

Ese tipo de ficción no me ha atraído como lector, tal vez por la experiencia que he tenido con otros lectores, personas de pensamiento conspiratorio que he conocido por ahí y que me han citado este 1984 de Orwell, o su otra novelilla “Animal Farm”, o el “Brave New World” (“Un mundo feliz” de Aldous Huxley), o el “Farenheit 451” de Ray Bradbury, hablando de estos textos casi como si fueran presagio o evidencia de un mundo en el que nos controlan quienes manejan la información.

He visto sus ojos abrirse, animados, y trazar paralelismos a los medios de hoy en día, o a las tecnologías de telecomunicaciones, o a juntas secretas que mueven los hilos de los gobiernos.

No me convence del todo ese pensamiento tecno-apocalíptico como no me convencen las narrativas de finales del mundo de los cultos religiosos, pero veo el atractivo de estas visiones pesimistas en un mundo en el que hay razones para sospechar que somos manipulados.

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