26 de agosto de 2014

Apasionado por la ambivalencia

Este verano como en otras ocasiones me llegó una cita para servir de jurado en una corte criminal. Respondí a mi deber de ciudadano y me presenté en aquel desagradable edificio donde hay que sacarse los zapatos, la correa, las llaves y cualquier otro utensilio metálico para entrar, pero yo ya sospechaba que no terminaría en el panel de los que escucharían el caso.

Me ha sucedido otras veces. Llego hasta la sala de audiencias, me llaman hasta "la caja" -- como le dicen en inglés al espacio donde se sientan los miembros del jurado y sus alternos -- y pasa la primera ronda de preguntas, donde tanto la fiscalía como la defensa van mirando cuáles son los candidatos que no pueden quedarse para un juicio por problemas de salud, complicaciones personales o conflictos de intereses.

Llega la parte final en que se evalúa a los miembros del jurado por sus opiniones con una serie de preguntas que a veces parecen inocentes pero que tienen relevancia para el caso pendiente. Hasta ahí es donde llego.

No es que me rechacen porque tenga yo opiniones fuertes o radicales que me impidan servir de jurado -- ya sea sobre temas como el crimen en general, la cadena perpetua o la pena capital -- sino más bien porque no tiendo a emitir opiniones que me parecen fáciles y gratuitas.

El otro día viendo la teleserie ficcionalizada sobre la vida del patriota americano John Adams (que es excelente por su recreación entretenida de la historia de la formación de Estados Unidos, dicho sea de paso) escuché una frase que los escritores ponían en boca del sabio y escéptico Benjamin Franklin, aunque no creo que aquella sea una cita textual sino interpretativa. Mientras los representantes de los nuevos estados debatían apasionadamente sobre si declarar su independencia del Reino Unido él se detenía a contemplar las posibilidades y decía: "Mi opinión es que no tengo opinión. Pero alegremente iré contigo para averiguar cuál será mi opinión".

Al final, él estuvo de todas maneras entre los votos seguros para la independencia, a pesar del riesgo que eso representaba.

Eso me atrajo porque en cuestiones de debates que exigen un "sí" o un "no" tiendo a preferir un "tal vez".

Cuando me preguntan si estoy de acuerdo o en desacuerdo con algo es probable que responda: "Depende".

¿De qué depende? Pues, como dice la canción de Jarabe de Palo, "De según como se mire todo depende".

14 de junio de 2014

Los deportes y el individuo

En estos días de fiebre mundialista me da ganas de ver un partido, gritar a favor de algún equipo y tuitear esa etiqueta que nos invita a hablar en lenguaje imperativo con una conducta: #DileNoAlRacismo (vamos a ver cuántas décadas llevamos diciéndole "no" a otros males, pero ellos no nos escuchan). Esas ganas sólo (sí, insisto, por ahora, en poner el acento) me duran un rato, y termino echando una necesitada siesta frente al televisor.

Me pasa lo mismo cuando por unos días me pongo a mirar la Serie "Mundial" de béisbol invernal en Estados Unidos o las finales de la NBA. Soy un fanático muy veleidoso y puedo decir que las conversaciones extensas sobre deportes me aburren.

Al final de cuentas casi todos los deportes competitivos consisten de un correteo entre un grupo de hombres que persiguen el control de una pelota, algo así parecido a los cachorritos que se entretienen por largas horas rodando una bola de hilo. Y aunque hay competencias más individualistas, como el tenis, por ejemplo, el objetivo es declarar el mismo tipo de supremacía física entre un espécimen y otro (y el que ve por televisión se siente más poderoso si su equipo gana).

8 de junio de 2014

Poesía en medio del camino

En los momentos difíciles mucha gente recurre a la oración, pero yo me refugio en la poesía. Es una práctica que adopté de casualidad por haberme cruzado más de una vez con algún verso que en ese momento correspondía a alguna inquietud que me agitaba.

No sé cuando lo empecé a notar porque mi lectura de versos es mínima en comparación al tiempo dedicado a otros géneros, pero puedo decir que las palabras precisas de algún verso me han caído como un baño de agua fresca en lugares inesperados, caminando tal vez por una estación del subterráneo de Nueva York y encontrándome con uno de esos cárteles de la campaña de "poesía en movimiento" que hace un par de décadas inició alguna persona genial dentro de la autoridad de tránsito.

Como estos versos de la estadounidense Tracy K. Smith, una poeta a la que hasta ese momento desconocía, pero cuyas palabras aparecían en el dorso de una MetroCard (la tarjeta que usan los neoyorquinos para pagar la tarifa de entrada a los trenes), y que yo mal traduzco aquí:

Cuando algunas gentes hablan de dinero
Hablan como si éste fuera un amante misterioso
Que salió a comprar leche y nunca
Regresó, y me hacen sentir nostalgia
De los años en que yo vivía de pan y café,
Hambrienta todo el tiempo, caminando a trabajar en días de pago
Como una mujer viajando hacia el agua
Desde una villa sin pozo, viviendo entonces
Una o dos noches como todos los demás
De pollo rostizado y vino tinto.

Y ya ven, con esas oraciones -- muy distintas de las plegarias serviles de la fe -- se transforma un momento cualquiera en otro instante, donde uno ya no anda solo por la vida, sino que se reconoce en las palabras de otros, y en lo que éstas contienen.

5 de abril de 2014

Los blogs pasados de moda

Sucedió más o menos a inicios del año 2009. Las hordas que llenaban de letras, oraciones y párrafos las redes se fueron esfumando hasta que el silencio fue tan ensordecedor que hicieron que se cumpliera aquella declaración tecno-apocalíptica del periodista y escritor Hernán Casciari cuando afirmaba que moriría “la noción de que un blog es un género” significando ello que ser “bloguero” dejaría de ser algo que estaría de moda.

Los que tal vez por apego, confusión, rezago o testarudez (o una combinación de todos esos factores) seguíamos en estos espacios donde se puede compartir mucho más que los 140 caracteres de Twitter y las actualizaciones de estado de Facebook y Google Plus (o las instantáneas de Instagram y los textos fantasmas de Snapchat y otras diversiones por el estilo) pudimos ver cómo se acababa aquella tendencia de publicar un blog simplemente porque sí, porque se podía: de “blogueros” que todos los días publicaban algo, cualquier cosa, y luego se iban a comentar sin leer las notas de los demás solamente porque buscaban “visitantes”.

Aquí nos quedamos, cada vez con menor número pero tal vez con mayor fidelidad de unos cuantos, los que desde el principio veíamos la promesa de publicación de contenido propio y buscábamos un verdadero intercambio de ideas, cuestiones y voces en las notas (siempre digo “notas” porque nunca he querido aceptar ese anglicismo horripilante de “entradas” que nos impuso el medio) de nuestros blogs (a contraposición de lo anterior, nunca me gustó la traducción a bitácoras, que me sonaba algo así como un diario de marinero, así que en lo que concierne a este término me quedo con el inglés).

Los que nos empeñamos en mantener estos sitios, después de que perdieran el encanto de la novedad, somos de esos sujetos extraños que todavía lo mismo hojean periódicos, escriben cartas y abren de par en par el canto de un libro que navegan por sitio tras sitio de Internet, participan de videoconferencias y bajan libros digitales para lectura rápida en tabletas electrónicas.

Todo es parte de un proceso mayor de comunicación en el que los medios y las plataformas tecnológicas son un asunto incidental.

27 de marzo de 2014

Lo real maravilloso en una esquina

Una noche cualquiera se propagaba un rumor por las calles del barrio que hizo que un buen grupo de nosotros, algunos descalzos y sin camisa en esa vida desnuda del Caribe, termináramos en la esquina que era punto de congregación porque allí se encontraba el poste de luz.

Un hombre desconocido y de extraño aspecto, con su piel descolorida y su pelo crespo enrojecido en una tierra de mestizaje, capturaba la atención de los que llegábamos: varones casi todos entre la niñez y la adolescencia, años vividos en esas mismas calles donde no había nada más que ver que las casas construídas hasta todas las orillas de las propiedades y el colorido de los marchantes que pregonaban verduras y maní tostado.

El hombre decía que era galipote, uno de esos seres que en las noches de apagones habitaban las esquinas más remotas. Eran criaturas malignas que se transformaban en grandes perros peludos y de dientes afilados, o en murciélagos gigantes y gelatinosos, o en búhos de grandes ojos amarillos, y que salían a la caza de jovencitas que anduvieran en la oscuridad para hacerlas suyas y devorarlas.

12 de enero de 2014

Juan Dicent escribe de "un frío más largo que el invierno"

Juan Dicent, alias Dino Bonao, en la Corte del Bronx.
Foto cortesía del autor.
Loco, déjame contarte una vaina. Este blog que se llama "blogworkorange", título obviamente derivado de la novela, me llamó la atención hace unos años, por dos razones. Estaba bien escrito. Tal vez no en el sentido de la Real Academia, you know, pero sí de la real lengua que se habla en muchas partes del Bronx. Además, el autor parecía estar hablando solo, no como un esquizo sino en el sentido de que no le importaba si tú le parabas bola o no, algo poco característico en estos medios. Seguía escribiendo estos relatos que parecían mezclas de ficción y cotidianidad.

Me dije: Este tiguere hay que leerlo.

El año antepasado publicó su libro de relatos Winterness y, como ya me lo había propuesto, bajé la versión digital en cuanto supe que estaba disponible. Me cayó bien tener el libro porque pasé varias horas del vórtice polar de estas semanas leyéndolo y riéndome con él de sus personajes, mayormente dominicanos, like you and me, my friend, viviendo en esta jodía nevera que llamamos Nueva York.

No es que los relatos de Juan Dicent -- que también usa el seudónimo Dino Bonao -- sean simples chistes ni mucho menos. Lo que pasa es que a veces uno reconoce estos personajes tragicómicos, como el tío que jamás en su vida se ha puesto jeans, o las tías que se pasan llamándose de un estado a otro para ver qué está cocinando la otra, o el primo que "sólo tiene dieciséis añitos aunque ya es un mamañema grandísimo." You get what I'm saying?

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