20 de agosto de 2011

Fe de erratas


Era yo de los lectores que, lápiz en mano, tomaba un libro y marcaba sus errores. Rayaba las faltas que encontraba con entusiasmo, así se tratara de asuntos pequeños como un signo de puntuación o más notables como un caso de ortografía atroz o el uso de alguna oración de pensamiento perezoso.

No lo hacía por malicia, sino por un celo exagerado hacia la buena escritura.

Pensaba yo que un escrito publicado, sobre todo de poesía o ficción, debía ser la culminación de ideas, imágenes y expresiones depuradas hasta su esencia, como una escultura o pintura bien trabajadas. No toleraba muy bien los libros chapuceros.

Era en ese sentido como el viejo corrector de pruebas, de un cuento cuyo título y autor ahora no recuerdo, que se regocijaba al retocar alguna oración, poniendo el signo de puntuación que faltaba en la obra de un escritor talentoso a quien le tocaba leer como profesional. Sabría al ver el libro publicado que esa era su coma, o su punto, o su acento, en una novela que en otros sentidos era perfecta.

Pero en los hechos el proceso de publicación está plagado de oportunidades para que se hagan cambios y alteraciones a la ligera mientras una obra pasa de mano en mano. Esos cambios tanto pueden mejorar la obra como dañarla, sin que sepa el lector. Hay casas editoriales, agentes, correctores y editores de mucha sensibilidad y cuidado, por supuesto, pero hay otros en la industria del libro que usan correctores automáticos para sustituir palabras, recurren a frases gastadas para simplificar ideas y diseñan portadas para libros que no se tomaron la molestia de leer.

Hace poco supe de un autor que, a pesar de obtener contrato con una casa editorial de respeto, confesaba sentir decepción al recibir el libro en manos. Su novela, maquillada y simplificada, era otra cosa que no correspondía con la visión artística ni el estilo de expresión que él había buscado. Y hay peores casos.

Afortunadamente, los nuevos medios, que cada vez facilitan más el proceso de publicación independiente, abren paso para una comunicación más directa entre quien escribe y quienes leen.

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