Uno quiere escribir algo que diga, tal vez, de qué color es la mañana cuando irrumpe la luz y los adjetivos usuales --azul, púrpura o gris, por ejemplo-- no son suficientes.
Hay cielos que simulan la piel ceniza de un arándano, y sería impreciso --incluso injusto-- llamarles azules, púrpura o grises.
Al levantar la cabeza uno ve el tejido jugoso de un arándano.
Uno quisiera que fuera fácil triturar el teclado y esparcir frutos, hojas de arce en otoño, atravesar la crema porosa de la nieve, palpar pedacitos de cuarzo y caracoles resquebrajados con las palmas de los pies.
Pero la expresión es exigente. Pide la atención de un niño curioso. Pide heroísmo. Pide el tipo de orden que no viene con las horas y las medidas, sino que se parece más bien a una lluvia de fractales, orden en el caos, belleza en la irregularidad.
Es sublevarse y decir algo que tal vez no se entienda.
Guest Review: Infidelis by Vincent Cooper
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