18 de junio de 2011

Leer menos, vivir más


Me crucé el otro día con un viejo libro que iba camino a la basura y, como es ya vieja costumbre, lo rescaté. Consiste de un compendio escrito por un bibliotecario sobre los que él considera los mejores quinientos libros del mundo que uno debe leer. Es una lista de lectura.

Dice el autor Phillip Ward, en su «A Lifetime's Reading; The World's 500 Greatest Books», que la lectura vale la pena porque: "No es solamente conocimiento que obtenemos de los libros pero, si lo hacemos en la manera apropiada, tal vez también alguna medida de sabiduría."

Basta con hojear el libro para toparse con un desfile de clásicos de la literatura mundial como «La guerra y la paz» de Leo Tolstoi, las «Obras completas» de Federico García Lorca, «La familia de Pascual Duarte» de Camilo José Cela, «El sonido y la furia» de William Faulkner y «La náusea» de Jean-Paul Sartre.

La lista sigue... Pero me detengo y hago una operación aritmética en mi cabeza. Y recuerdo el otro día a un amigo que expresaba cierta ansiedad porque hay tantos libros que debería leer, antes de ponerse a su aspiración de escribir, y de no saber ni siquiera por dónde comenzar.


Aun si yo usara todos los años que me quedan de una deseada larga vida se haría imposible leer todas estas obras sin dejar de vivir en otros sentidos. Tendría que prescindir de otras actividades, de la aventura de la vida a la que los mismos libros nos refieren, e incluso de leer libros por autores más recientes que todavía no alcanzan el estado canónico que confieren estas listas.

¿Qué ha de hacer entonces un lector en medio de este mar de letras? Y en el caso de un amigo: ¿qué ha de hacer un aspirante a escritor que quiere conocer las grandes obras literarias para traer ese conocimiento a sus escritos?

Yo digo a aquel amigo: ignora las categorizaciones de libros, ignora los clásicos que se tienen que leer, ignora las cuotas de lecturas. Sobre todo digo: nunca leas por obligación.

Total, aun en en este asunto de la escritura creativa lo peor que se puede hacer es repetir lo que se ha leído.

Hay que librarse de esta idea que comienza en las aulas escolares (ver "El mito de la lectura" en otro blog) de que hay ciertos libros que se tienen que leer y de que somos menos persona si no lo hacemos. La verdad es que ningún libro --ni la Biblia, ni el Corán, ni el Bhagavad Gita-- es imprescindible para la vida.

Si leyéramos todas las grandes obras de cinco mil años de letras terminaríamos como el dislocado don Quijote, viviendo en un mundo de ficción. Nos perderíamos muchas horas de vida en el ejercicio paradójico de aprender sobre la vida. Y terminaríamos al final de nuestros días dándonos cuenta de que hemos leído más que vivido.

Entonces, al contemplar estas listas siento el efecto contrario del de mi amigo. Hay un espíritu liberador que me dice: Lee menos, pero lee lo que te llama, lee lo que quieras leer, lee lo que te interesa y olvida lo demás.


Imagen cortesía de http://www.flickr.com/photos/senorhans/

4 comentarios:

Argénida Romero dijo...

Me inscribí en esa misma filosofía que expresas desde hace unos años, y tras a una reflexión parecida a la de tu amigo. Desde entonces digo que soy una medalaganaria de la lectura.

Rosa María dijo...

Oh, que alivio y liberación me dan tus palabras, porque muchas veces uno siente verguenza de decir "no he leido tal o cual libro", especialmente si es uno de esos que mencionas, que se supone tienes que haber leido..., pero y qué me dice de aquellas personas que dicen, "Sí, yo lo leí", sin ser verdad e incluso comienzan a opinar sin saber nada al respecto, haciendo el ridículo sólo porque una vez le dijeron que era una obligación...Ahora bien que seria de nosotros y nuestros hijos si los profesores de primaria y secundaria no nos hubiesen obligado a leer.

Joselu dijo...

Lee lo que quieras leer e incluso ¡no leas! Hace tiempo que he dejado de creer que la lectura haga mejores personas o más sabias. Es una falacia. Leer es interesante es cierto. Yo no podría entender mi vida sin la lectura, sin esos personajes que me han nutrido, sin esos miles de historias que me han conformado, pero ¿y qué? Otros se habrán conformado de otro modo. Los oyentes de los aedos griegos no eran gente ilustrada, ni los que escuchaban a los juglares, ni los africanos que oían fascinados a los griots que contaban historias maravillosas. No eran intelectuales. Sentían la vida directa en las entrañas y se encandilaban con extraordinarios relatos. La figura del intelectual es algo anómala. Sólo puede ser entendido por otros intelectuales como él que, a su vez, lo detestarán en la mayor parte de los casos. Leerse las cinco mil obras mejores de la literatura mundial no nos lleva a ningún sitio que suponga una comprensión sensata y humana de la vida. Estos días estoy asistiendo a los últimos días de mi suegro en fase terminal de cáncer. Su sonrisa preciosa cuando ve llegar a sus nietas o cuando se despide de mí revela su mundo íntimo, limpio, generoso. No carga a nadie con el hecho de que vaya a morir y creo que pretende hacernos agradables esos momentos que pasamos con él en el hospital. Los dolores se los guarda para él y a nosotros sólo nos ofrece una amplia y cálida sonrisa cuando nos ve llegar. Y bromea todo lo que puede haciendo amable ese tiempo despojado de toda tristeza. Este hombre no ha leído un libro en toda su vida. Yo he leído muchos, pero no le llego ni a la punta del zapato.

Víctor Manuel dijo...

Gracias por sus comentarios.

Argénida -- Le llamaremos así: "medalaganaría."

Rosa María -- Así como dices, hay que liberarse del deber de leer. En cuanto a tu pregunta. Creo que los niños se pueden interesar en la lectura sin que se les obligue. Mis niños leen y a uno de ellos tengo que decirle que lea menos porque le gusta demasiado.

Joselu -- Igual que tu suegro, algunas personas que aprecio mucho no leen o no saben leer. Pero no recomendaría que en estos tiempos no leyéramos, sino decir que es cuestión de encontrar un balance y sobre todo de despojarse de este falso intelectualismo que convierte el asunto en una obligación. Es puro esnobismo. Deseo que tu suegro no sufra mucho, aunque con esa actitud de generosidad que describes probablemente no lo hará.

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