27 de julio de 2009

El yo digital

En menos de dos minutos este sitio puede desaparecer.

Puedo entrar al panel de control y escoger una opción para borrar de una vez lo que he escrito en años. Semanas después, se esfumaría mi rastro de los buscadores de internet. O así parecería.

En esta era digital es tan fácil publicar como lo es borrar, aunque sea en apariencia. Es tan fácil redactar como lo es editar, sin dejar un claro registro de las alteraciones a un escrito.

Esto tiene implicaciones.

Una de ellas es que la palabra escrita deja de tener el mismo peso de antes. ¿O será de esta manera?


Entremos en detalle. La mayoría de las plataformas de publicación incluyen un procesador de texto donde se escribe, se edita, se determina el formato, y de una vez se envía lo escrito. Todo ello más rápido y conveniente, y por tanto más revolucionario, que las imprentas de Gutenberg.

Estas funcionalidades unen en un solo proceso algo que antes implicaba varios pasos para el redactor: pensar la idea, escribirla, editarla, enviarla, diagramarla, imprimirla, y, una vez impresa, aceptarla como un documento que podía descartarse o archivarse, que podía tacharse o subrayarse, pero no cambiarse con igual facilidad.

El escritor actual puede entregarse a la tentación de publicar de manera instantánea y sólo después darse cuenta de que le falta o le sobra puntuación; de que las palabras son imprecisas o las oraciones son chuecas; o de que se publicó una barbaridad.

El escrito se puede editar y moldear mientras está publicado, sin que los nuevos procesadores de palabras dejen constancia de sus distintas versiones. El error de hace dos o tres minutos no constará. Quien haya leído una versión anterior no tendrá buena manera de enterarse de los cambios.

Esta falta de finalidad presenta oportunidades, pero también problemas, para los medios periodísticos en especial. Son más propensos a errores en una nueva carrera de velocidad con la competencia. Por tanto, las plataformas de publicación mejorarían en credibilidad si documentaran las versiones de un escrito.

A otro nivel está el asunto de que los escritos que aparecen y desaparecen en el mundo vaporoso de los dígitos pierden valor histórico. ¿Cómo podrán los historiadores del mañana tejer una narrativa de la sociedad actual si este nuevo medio va disolviéndose en los "servidores" del mundo? ¿Y cómo tratarán ellos con las múltiples versiones perdidas tras la revisión final? Aun más: ¿Quién hará la revisión final?

Otros han pensado sobre esto. Hay algunos archivos que van tomando instantáneas interactivas de las millones de páginas en la red, pero hasta ahora funcionan al azar, como las famosas "arañas," o programas rastreadores, de los índices de internet.

Una de estas arañas puede pasar por mi sitio hoy y regresar dentro de un mes, sin capturar los cambios que se den en el intervalo.

Pero estos archivos de seguro perfeccionarán sus buscadores y la frecuencia de sus registros, resolviendo con mayor acceso a sus archivos el problema de documentación histórica. En un futuro no muy lejano nos encontraremos con la situación de que cualquier cosa que publiquemos en la red será indeleble mientras haya una cultura informática.

Nuestras palabras e imágenes nos perseguirán para siempre.

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