28 de diciembre de 2009

Los avatares de una nueva época.

Buddha's Hindu Avatar. భిన్నత్వంలో ఏకత్వం.

Me he preguntado en muchas ocasiones qué es lo que nos caracteriza en esta época de globalización y terrorismo: Cómo narrarán los estudiosos del futuro los movimientos sociales y artísticos de nuestro tiempo. Se habla de postmodernismo, pero como típicos peces que no ven el agua en que nadan se nos hace difícil explicar este término de manera coherente.

La cultura popular parece un mejor índice de las tendencias y preocupaciones del ambiente, y al observarla tiendo a pensar que las revoluciones artísticas se están dando en los lugares menos esperados: como, por ejemplo, en los videojuegos y dibujos animados.

No hay duda de que las redes de computadoras son el medio más influyente de esta década que termina. Nuestra esfera de influencia ya no es solamente local, sino que podemos comunicarnos y llegar a lugares remotos por medios digitales. Hasta la socialización se ha globalizado y digitalizado.

Ante la realidad de todos los días se levanta un mundo paralelo que coexiste con el nuestro, como esa cuarta dimensión que nunca pudimos imaginar desde la continuidad de tres dimensiones. Largo, ancho, altura... y virtualidad.

Tal parece que estamos al inicio de un incremento cultural en experiencias de realidad virtual.

Este giro hacia una realidad alterna explica el éxito mundial de la película Avatar. La vi este fin de semana en un cine de pantalla tridimensional y quedé maravillado con el salto tecnológico, y conceptual, que significa aunque no me haya impresionado la trama de su historia. Es sin duda un fenómeno cultural que tenía a la gente haciendo fila afuera de los cines. Los informes noticiosos nos confirman que la película ha batido todos los récords de taquilla.


No voy a reseñar la película, salvo a rasgos generales. Es la historia, ya conocida en otras encarnaciones, de un representante del superpoder del mundo (obviamente un concepto del Estados Unidos futuro) que ingresa a través de un instrumento virtual a otra realidad y ocupa un cuerpo extraterrestre, aparentemente diseñado por manipulación genética. Esa otra realidad es el satélite “Pandora”, que los seres humanos quieren colonizar en otra galaxia.

El protagonista es un agente militar cuya conciencia se transfiere al cuerpo, o "avatar", de los seres felinos conocidos como Na'vis, que representan la vida inteligente de Pandora. Su objetivo es obtener información de sus formas de vida con el doble objetivo de entenderlos y de conocer sus vulnerabilidades. Y, cómo ya es típico en este tipo de historias de conquista --véase Pocahontas o la Malinche, por ejemplo--, el agente establece una relación con una nativa que le enseña las formas de vida de su gente y termina convirtiéndose en su pareja. Al final, él tiene que escoger entre los Na'vi que le han acogido o su propia especie invasiva y belicosa (es decir, nosotros).

Podría decirse que tiene que escoger entre una realidad y la otra.

La película utilizó lo último en tecnología visual, creando una verosimil transportación de apariencia tridimensional para quienes la vimos en la alta definición del cine IMAX. Es sin duda una película precursora de nuevas tecnologías. La trama de la historia --como ya he señalado-- no es nada nuevo ni impresionante, pero populariza el concepto que le sirve de título: la idea de que un ser humano pueda encarnarse en un "avatar" para llevar una vida alternativa a la real.

A esta idea, que no ha de ser extraña a los fanáticos de ciencia-ficción, es que quiero apuntar como una señal de lo que nos espera en términos de conceptualización artística e incluso como base para una mitología de nuestra época. En este nuevo orden de cosas, la existencia ordinaria solamente sirve de base para otra -- imaginada, creada o vivida a través de otros cuerpos.

La idea del "Avatar" no es nada nuevo. Surge del hinduísmo, donde el "Avatar" o "Avatara" es la encarnación, o el vehículo físico, de una deidad. La idea también se encuentra en el budismo tibetano con la encarnación de los Bodisattwas de compasión, que vienen al mundo a cumplir misiones específicas. Está en el mismo cristianismo cuando el verbo se hace carne en Cristo.

Hay grupos místicos que afirman que todos somos el avatar de un ser divino.

Esta idea ha evolucionado en otra dirección en el mundo de los videojuegos y las redes sociales. En el mundo virtual, el avatar es nuestra representación digital. Algo así como el alter ego cibernético. Puede parecerse o no a uno mismo, pero lo importante es que es una identidad creada para servir como receptáculo de experiencias reales en relación a otros avatares.

Muchos avatares habitan ahora foros de discusión, pérfiles, mundos virtuales como “Second Life” (literalmente “Segunda Vida”) y videojuegos con interacción y competencia como los del Wii o el Xbox. El concepto acaba de expresarse con fuerza en el cine, pero no se originó en el cine.

Para mi que el arte en general también llegará a reflejar esta pugna entre la existencia y la virtualidad, y lo que ello significa para nuestra manifestación en el mundo.


IMAGEN: "Bhuda's Hindu Avatar", reproducida bajo licencia de Creative Commons, cortesía de "The Cydonian".

27 de noviembre de 2009

El puente de palabras de Argénida Romero

Mudarse es como cruzar un puente que se desmorona a tus espaldas. No solamente cambias de lugar, sino de ser y te reinventas a la sombra de la nostalgia. Argénida Romero ofrece versos sobre esa experiencia en su primer libro de poesía.

«Mudanzas» se lee fácilmente, aunque de seguro no se escribió con facilidad. Uno sospecha que hubo meses, incluso años, entre el verso inicial y los que cierran el libro, y que en ellos se muestra una experiencia de cambio, y “de sonridas fingidas,/ de lágrimas ausentes,/ de penas sin tiempo,/ de pasos sin camino,/ de amores sin destino” como ella escribe.

Romero es de la nascente generación de escritores que se revelan, publican e interactúan a través de los nuevos medios. Sabemos de ella, por ejemplo, que busca alas en las palabras y que su vida se divide en el antes y después de la natal Venezuela y su migración a República Dominicana. Es periodista y no le gusta hablar de sí misma, pero no resiste el deseo de manifestar su voz.


He leído su poesía con el doble interés de conocerla más y de experimentar con ella la transfiguración que ofrece el título del libro. Encontré en sus páginas a una Argénida Romero que es “vulnerable al beso” y que habla directamente a un “tú” desconocido sobre amores, despedidas y lo que inevitablemente queda de cada experiencia. Es una mujer que crece y que hace de ello un ejercicio poético.

No hay duda ante su «Antítesis de la mujer de Lot», su «Credo» de fe hacia “la todopoderosa vida”, o su «In Memoriam», que Romero es poeta. Uno quiere, al leerla, decirle con sus mismos versos: “No mujer, no voltees / a tu espalda, el rubor de las sombras se consume...”

27 de octubre de 2009

Publicarse uno mismo

“Yo siempre he sostenido que la tarea del escritor no es misteriosa ni trágica, sino que, por lo menos la del poeta, es una tarea personal, de beneficio público. Lo más parecido a la poesía es un pan o un plato de cerámica, o una madera tiernamente labrada, aunque sea por torpes manos”.

--Pablo Neruda.


Una de mis primeras experiencias con el fenómeno de los escritores que se publican a sí mismos se dio cuando empezaba mi carrera periodística y andaba de asignación por la Roosevelt Avenue en el Queens hispano de Nueva York.

Hacía una de esas encuestas informales en las que repetíamos la misma pregunta sobre algún tema latinoamericano a unas diez personas, les tomábamos fotos y luego publicábamos una selección en el diario del siguiente día. Rara vez los encuestados sabían de qué hablaban.

Cuando uno se encontraba con un transeúnte informado dedicaba más tiempo a la conversación.

En esta ocasión fue un hombre de barba, bigote y pelo largo --todo un Jesucristo de lentes y baja estatura-- que acababa de salir de una bodega vulgar en una esquina cualquiera. Pero el tipo hablaba de manera coherente y en oraciones completas.

Le pregunté a qué se debía que estuviera tan bien informado.

Su respuesta: "Soy un escritor."


Esto dio pie a que él me contara de sus escritos y a que me pidiera que, de ser posible, los mencionara en mi artículo. Quería publicidad.

Antes de que le pudiera decir que no, desapareció de mi vista diciendo que me iba a proporcionar algunos de sus libros. "¿Sus libros?" --pensé-- “¿Y cuántos habrá escrito?”

No recuerdo el número pero se me antoja decir que regresó con cuatro o cinco de su autoría que sacó de algún lugar (imagino que del baúl de su carro) y autografió, sin que yo se lo pidiera. Por lo menos uno era una novela; otro un ideario político y un tercero una colección de ideas a contracorriente, cuya tapa era nada más y nada menos que una imagen pornográfica.

"¿Y quién te publicó?" -- le pregunté, aunque no recuerdo a qué vino la pregunta.

Lo que sí recuerdo es su contestación: "Yo mismo."


No lo demostré por caridad, pero tan pronto dijo que se había publicado él mismo dudé de la calidad de sus libros. Silenciosamente lo catalogué en mi mente como un loco más de los muchos que desvarían por las calles de Nueva York.

Semanas después abrí la novela en uno de esos momentos en que estaba en casa y no tenía nada qué hacer. Me sorprendí al descubrir que estaba bien escrita y que, en mi criterio, peores cosas se publican y venden por ahí. Este escritor prometía.

No fue hasta años después que me di cuenta de por qué se publicaba él mismo y andaba mendigando lectores en las aceras de la gran ciudad. Es muy difícil que un escritor cualquiera logre la atención de cualquier casa editorial, sobre todo un inmigrante que escriba en una lengua foránea a la cultura predominante. Hay muchos escritores serios a los que nadie toma en serio.

Pero está la otra cara de la moneda: los que piensan que escriben y, partiendo desde su ego distorsionado, imprimen algunas quinientas tarjetas de negocio en las que se ponen el título de poeta y empiezan a habitar el submundo de las tertulias literarias en busca de un público. A esos los he conocido también. No han leído una novela en su vida, pero la escriben.

¿A qué viene todo esto?

A que con los años me convertí en uno de estos seres: un autor que se publicó a sí mismo. Y, créanme, no fue nada fácil decidirlo. Desperté con dudas muchas noches y pensé que cometía un grave error, exponiendome al escarnio del qué dirán. Llegué a soñar una noche, previa a la publicación, que llegaba a una fiesta y de pronto me daba cuenta de que andaba completamente desnudo. A eso equivale lanzarse, poner su nombre en una cubierta y promocionar un libro.

No sabía yo que el destino de los que se autopublican no es tanto la vergüenza pública como lo es la apatía de los lectores que no reconocen tu nombre -- y esa persistente idea de que el libro que no trae el sello de alguna editorial no dice nada importante.

La recompensa, para mi, ha venido a largo plazo: a medida que un pequeño grupo de personas ha mostrado interés por ese embrión narrativo -- y en especial al encontrar en ese camino a otros jóvenes escritores que luchan contra la desidia y tienen suficiente fe en la expresión como para cometer ese acto de nudismo público.

Ahora sé que todo ello, todo este atrevimiento de darse permiso para existir, incluso con sus intentos fallidos, es parte de la más pura tradición literaria.

Recuerdo una graciosa historia que relató Pablo Neruda de sus inicios como poeta. Fue él mismo quien costeó la publicación de su «Crepusculario» en 1923. Y tuvo que vender los muebles, empeñar su reloj y su único traje negro para pagar la impresión.

El Neruda joven hasta necesitó dinero prestado, pero cuenta en su autobiografía que cuando el impresor finalmente le entrego su encargo salió “a la calle con [sus] libros al hombro, con los zapatos rotos y loco de alegría”.

Eso no te lo puede quitar nadie.

17 de octubre de 2009

Qué hay detrás de un nombre.

Uno no escoge su nombre, y mucho menos su apellido. La denominación que se le da a uno en el mundo contiene la predilección de los familiares, la herencia, algo de la historia y esa costumbre humana de marcar la propiedad.

Con los años ese nombre llega a significar algo, que será distinto dependiendo de a quién se le pregunte, pero que en general representará una trayectoria, unas costumbres, unos gustos, unas condiciones -- un destino.

También una imagen. El nombre exige que uno sea quien es. Que seas el mismo que fuiste ayer. O que si cambias ese cambio sea gradual y no represente una ruptura del yo conocido. Por eso muchos religiosos se cambian el nombre después de la experiencia iluminadora y la resultante conversión.


Una amiga que tuve se cambió una vez el nombre, convencida de que su nueva identidad --extraída de la Biblia-- le pondría de lleno en el camino espiritual.

Nosotros, los que le conocíamos desde antes, tartamudeábamos a la hora de llamarle para cualquier cosa y, en vez de aceptar de una vez su nueva identidad, empezamos a evitar esos momentos en que la llamaríamos por su nombre.

Cuando ella no estaba ahí y nos referíamos a ella usábamos los dos nombres, algo así como decir: "Sara, o Inés, o como sea que ella se llame dijo que..." A estas aclaraciones añadíamos una retorcida de ojos o un gesto de negación con la cabeza.

En el fondo pensábamos: ¿a quién se le ocurre que con cambiarse el nombre cambiará su realidad?

Y entonces sucedió que nos acostumbramos. Cualquier día nos encontrábamos hablando de Inés sin referirnos a Sara. Hasta que Sara decidió que volvería a ser Sara.

Darse un nombre no es nada fácil, porque al abrir esa puerta sabemos que podemos cambiarlo a voluntad. Ya no es algo heredado que se nos impone, que aceptamos y con lo que al final nos identificamos; y que en algunos casos defendemos como cuestión de honor. Nuestra identidad se vuelve maleable y se reconoce, al fin, como pasajera.

Por otro lado, están los ejemplos de numerosos creadores que se han parido a sí mismos. En un sitio de la red, que mayormente cataloga el uso de seudónimos en Estados Unidos, aparecen más de diez mil nombres inventados.

Y por supuesto están los famosos: Voltaire, George Orwell, Pablo Neruda, Mark Twain, Gabriela Mistral, Stendhal.

Estas personas encontraron en sus nuevas identidades algo de liberación -- para expresarse, por lo menos en las etapas iniciales, sin que se interpusieran sus nombres de pila y personalidades de oficio.

Se dice que Voltaire usó más de 170 seudónimos mientras emprendía su carrera de escritor, separándose de François Marie Arouet, el hombre cuyo padre quería que fuese abogado. Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga usó varios nombres, incluyendo variaciones del propio, en la poesía que escribía fuera de su labor como educadora, hasta identificarse al fin como Gabriela Mistral. Neftalí Ricardo Reyes Basoalto escondió sus versos de su padre usando el nombre Pablo Neruda.

Esto, sin dudas, lleva a la imitación. Y habrá que decir que tal y como el hábito no hace el monje, el seudónimo no hace al escritor. Pero hay razones prácticas para que un hombre, una mujer, separe su personalidad de su trabajo, o cree una nueva personalidad para identificar su trabajo.

Es algo así como abrir una ventana.

Si lo escrito es bueno, la obra llegará más allá que la personalidad.

27 de julio de 2009

El yo digital

En menos de dos minutos este sitio puede desaparecer.

Puedo entrar al panel de control y escoger una opción para borrar de una vez lo que he escrito en años. Semanas después, se esfumaría mi rastro de los buscadores de internet. O así parecería.

En esta era digital es tan fácil publicar como lo es borrar, aunque sea en apariencia. Es tan fácil redactar como lo es editar, sin dejar un claro registro de las alteraciones a un escrito.

Esto tiene implicaciones.

Una de ellas es que la palabra escrita deja de tener el mismo peso de antes. ¿O será de esta manera?


Entremos en detalle. La mayoría de las plataformas de publicación incluyen un procesador de texto donde se escribe, se edita, se determina el formato, y de una vez se envía lo escrito. Todo ello más rápido y conveniente, y por tanto más revolucionario, que las imprentas de Gutenberg.

Estas funcionalidades unen en un solo proceso algo que antes implicaba varios pasos para el redactor: pensar la idea, escribirla, editarla, enviarla, diagramarla, imprimirla, y, una vez impresa, aceptarla como un documento que podía descartarse o archivarse, que podía tacharse o subrayarse, pero no cambiarse con igual facilidad.

El escritor actual puede entregarse a la tentación de publicar de manera instantánea y sólo después darse cuenta de que le falta o le sobra puntuación; de que las palabras son imprecisas o las oraciones son chuecas; o de que se publicó una barbaridad.

El escrito se puede editar y moldear mientras está publicado, sin que los nuevos procesadores de palabras dejen constancia de sus distintas versiones. El error de hace dos o tres minutos no constará. Quien haya leído una versión anterior no tendrá buena manera de enterarse de los cambios.

Esta falta de finalidad presenta oportunidades, pero también problemas, para los medios periodísticos en especial. Son más propensos a errores en una nueva carrera de velocidad con la competencia. Por tanto, las plataformas de publicación mejorarían en credibilidad si documentaran las versiones de un escrito.

A otro nivel está el asunto de que los escritos que aparecen y desaparecen en el mundo vaporoso de los dígitos pierden valor histórico. ¿Cómo podrán los historiadores del mañana tejer una narrativa de la sociedad actual si este nuevo medio va disolviéndose en los "servidores" del mundo? ¿Y cómo tratarán ellos con las múltiples versiones perdidas tras la revisión final? Aun más: ¿Quién hará la revisión final?

Otros han pensado sobre esto. Hay algunos archivos que van tomando instantáneas interactivas de las millones de páginas en la red, pero hasta ahora funcionan al azar, como las famosas "arañas," o programas rastreadores, de los índices de internet.

Una de estas arañas puede pasar por mi sitio hoy y regresar dentro de un mes, sin capturar los cambios que se den en el intervalo.

Pero estos archivos de seguro perfeccionarán sus buscadores y la frecuencia de sus registros, resolviendo con mayor acceso a sus archivos el problema de documentación histórica. En un futuro no muy lejano nos encontraremos con la situación de que cualquier cosa que publiquemos en la red será indeleble mientras haya una cultura informática.

Nuestras palabras e imágenes nos perseguirán para siempre.

25 de mayo de 2009

Lluvia de mayo

llover

Los meses de lluvia que asaltan esta zona del trópico me transportan: a esas tardes de mayo en las que esperaba a que terminara la lección para salir corriendo a casa, despechugarme en cuanto llegaba y esperar al aguacero.

Salir, pies desnudos, pecho abierto, y sentir el estruendo de las nubes que se vaciaban. De esa agua distinta a la que venía por las tuberías. Agua con olor a bosque.

Los niños corríamos, dueños de las calles, mientras los adultos se escondían tras puertas y persianas cerradas -- cada vez más viejos, cada vez más serios, cada vez más miedosos.

Ibamos, incluso aquellos de nosotros que no se bañaban con frecuencia, tras los mejores caños. Teníamos guerras de lodo y volvíamos a ser de barro, antes de que la lluvia nos volviera a limpiar y dejar exhaustos. Cuando terminaba la tormenta éramos otros: empapados, friolentos; podría decirse, resacados.

Cada vez que llueve de manera torrencial miro hacia afuera, y añoro de buena manera esas tardes de libertad. Lamento que ahora espío la lluvia y, aún más, que los niños nos acompañan dentro de la casa.

Tras una semana de tormentas repetidas, de inundaciones, de tormentas y amenazas de tormenta, me propuse cambiar eso. Me vestí en ropa de baño y esperé.

Empezaron las alertas, que repetidas una tras la otra en nuestro radio meteorológico parecían avisos apocalípticos, y las nubes se asomaron en tonalidades de grises y azules oscuros, como la tarde. Empezó a llover en condados cercanos, pero no en éste, como si la lluvia, si la vida, me evadiera de una vez y para siempre. Rendido, vi cómo se gastaba la tarde.

Era casi noche cuando unas gotas se estrellaron contra la ventana de mi oficina. Miré desanimado; era muy poco. Pero a esa gota le siguió otra y otra y otra, hasta que la lluvia volvió a demostrar que lo infinito existe en lo grande y en lo pequeño: ya no se le podía contar.

Fui destripándome las falsas pieles camino al patio y llamé a los niños. Ellos reconocen ese tono de voz, raro en los adultos, que indica un ruptura de la normalidad. Me siguieron dispuestos y, quitándonos los calzados, corrimos sobre el pasto, jugando pelota para justificar el rato. La tarde era nuestra, aunque las gotas fueran frías y vacilantes. Estábamos expuestos al cielo y sus maravillas. Estábamos mojados, y vivos.

Los niños, y tal vez los poetas, entienden de estas cosas. Son de fácil risa; de fácil llanto. Lo sé porque me lo dijo el pequeño, sin contener la sonrisa: “Esto fue una locura. Hagámoslo otra vez”.


Fotografía: «Llover», cortesía de María Alejandra (marialegria).

16 de mayo de 2009

Rodríguez Soriano: Escribir es “una toma de posición política”

Antes de conocer a René Rodríguez Soriano conocí sus palabras, leyendo unas columnas que publicaba sobre asuntos literarios. Uno sabe por la calidad de las oraciones cuando alguien ve al lenguaje como algo más que una herramienta. Hay un cuidado especial en cómo una palabra lleva a la otra y cómo todo ello busca un sentido que a veces es demasiado personal para ser claro.

Por eso inicié una correspondencia con él que me llevó a descubrir sus escritos --sobre todo sus cuentos-- y después de eso hemos cruzado caminos un par de veces. A mi juicio, Rodríguez Soriano es un ente literario que sueña, desayuna, respira y suspira palabras todo el día. Todo lo demás es secundario, a menos que encuentre expresión a través del lenguaje.

Esa impresión queda cuando uno le lee -- que más allá de cualquier trama, de cualquier estructura literaria, está el esmero de la expresión. Su última novela «El mal del tiempo» se ha publicado recientemente, tras reconocérsele con el Premio de Novela UCE 2007, otorgado por la Universidad Central del Este en República Dominicana, el país que es nuestro común punto de origen.

Esta novela, que se presenta a manera de diario de un personaje --o colectividad, según el autor-- llamado Javier, incursiona en temas de la sociedad dominicana y su disfunción, como la describe así en uno de los apuntes del diario: “Mi pueblo es una ilusión, es algo y no es nada. Mi pueblo está dormido, hundido, confundido, engañado, maltratado, alienado. Mi pueblo es un niño de Gualey, de Los Guandules, un niño con hambre y con frío.”

Aquí presento a Rodríguez Soriano con sus propias palabras.


—René, tu novela El mal del tiempo ganó el Premio de Novela de la Universidad Central del Este. El veredicto de los jueces decía que "la utilización de un 'yo' poético" en la novela sirvió para actualizar la memoria de un tiempo en República Dominicana. ¿Era eso lo que te proponías al emprender este escrito?

Proponer, no me proponía nada. El mal del tiempo es una intervención en un tiempo y un espacio, un texto que desde el primer momento fue concebido con el propósito de ser o parecer literatura; nada más. Después de ahí, el lector desde su más libérrima poltrona disecciona, lee, esculca y ve o deja de ver infinitas connotaciones y denotaciones que la mayoría de las veces vienen o rondan por los alrededores de su mundo o sus fantasmas.

—Mi impresión de Javier, el personaje principal de El mal del tiempo es de alguien que vive en agonía. Él mismo se describe como "un poema trunco, inconcluso" en una de las anotaciones de sus cuadernos. ¿Por qué te atrae este tipo de personaje y qué deseas plasmar a través de él?

Javier, un muchacho que llega de provincias a una ciudad llena de luces (en los momentos que no hay apagones, por supuesto), quizás no sea ni siquiera un personaje, resultando algo así como toda una colectividad, un conjunto acogotado por la rapacería y la represión que campea en un poblado o un país que concurrió más de una vez a unas elecciones celebradamente limpias… O simplemente, es un espejo que refleja una realidad que de tan burda y chata nos da la impresión de que es agónica e inconclusa. Ni me atrae ni lo rechazo, Javier no fue impuesto en ese limbo donde mora; personaje y panorama son uno mismo que se intercambian y se retroalimentan en la medida en el que el poder y los resortes del poder se lo permiten.

—Hay un personaje, o más bien una presencia oscura, en tu novela que francamente me envió al diccionario y la enciclopedia, buscando significados. Le llamas el auriga. Según averigüé es el mito de "el carrocero" entre los griegos; hijo de Vulcano y Minerva, alguien que conduce esta carroza celestial de cuatro caballos. Lo representas de manera despectiva, ese "auriga y su rasquiñoso coro de títeres" en el Palacio Nacional. De ello deduzco que hablas del presidente -- y qué otro presidente hubo en esos tiempos que no fuera el caudillo Joaquín Balaguer. ¿Por qué recurres al mito para representarlo? ¿Es este libro una crítica de la vida bajo su gobierno?

Creo que ese conductor, de taimada voz de trueno, puede estar envuelto en las más oscuras artimañas, pero él, su presencia siniestra, no es oscura en todo el trayecto de El mal del tiempo. Es el mal mismo el auriga, él genera, propicia, administra, multiplica y reparte el mal. Él y no otro personaje es el opuesto de Javier —diría yo que el carcelero y el verdugo—, la fuerza oculta que no se nombra. Sólo él en su carro de fuego conduce los destinos de los demás hacia las piras que mantienen vivas sus alabarderos y sabuesos. Como ya te dije, El mal del tiempo es algo así como una intervención o una lectura en un tiempo y un espacio determinados, sus personajes nacen, crecen, sienten y padecen los ramalazos de los vientos que rondan sus alrededores.

—El asesinato del periodista Gregorio García Castro, que murió acribillado a balazos cuando se oponía a la reelección de Balaguer, aparece como una referencia en El mal del tiempo. Es como si, igual que uno de los personajes expresa al final de la novela, quisieras decir cosas sin decirlas, personalizando la historia a manera de diario. ¿Me equivoco? ¿Por qué estos hechos y esta manera no-lineal y altamente subjetiva de contarlos?

Javier, quien a tu juicio es alguien que vive en constante agonía, es estudiante de periodismo (más de una vez lo dice y lo deja dicho en sus afanes de anotar y dejar constancia del tiempo que le toca vivir), por lo tanto, es un lector enfermizo de la prensa y asiduo de los noticieros de la radio; su vida gira en torno a los titulares y a lo que dice o insinúa la radio, la prensa o la televisión. No olvides que Javier, como todos los moradores de ese espacio o tiempo se encuentra dominado y encerrado en una especie de cápsula donde nadie se fía de nadie y todos sospechan de todos. El mal del tiempo es una especie de extraño diario que cuenta, un poco entrelineada o disfrazada, la historia de ese lugar y esa gente que, pese a sentirse acogotada y presionada por las garras de un despótico bufón y sus gendarmes, siente la necesidad de sacudirse y liberarse del oprobioso fardo que la aplasta. El ambiente denso, los puestos de revisión, escarceo y censura apostados en cada esquina impiden que la gente se desplace, comente o cuente lo que en realidad sucede allí.

—El tema político domina la literatura dominicana. Ya sabemos todo lo que se ha escrito sobre la dictadura de Trujillo y hay otros intentos de documentar los años de Balaguer. Recuerdo la novela Los que falsificaron la firma de Dios de Viriato Sención, por ejemplo, que también se refiere a Balaguer sin mencionarlo por nombre. Y tú vuelves aquí al tema. ¿Por qué este enfoque en los gobiernos, los gobernantes, los gobernados y sus fracasos? ¿Es la política el síntoma principal de este "mal del tiempo" que tratas de expresar?

En El mal del tiempo cuenta todo, nada aparece allí por azar o pura complacencia entre el autor, los editores y los diseñadores del libro. Ya desde el primer epígrafe Antonio Tabuchi nos advierte: “del mal del tiempo le había quedado la costumbre de invertir los hechos, de modo que contaba comenzando por el final y remontando hasta el principio, o mezclando caóticamente las historias más diversas.” Y los epígrafes, precisamente, juegan un papel importantísimo dentro del cuadro general que conforma el libro. Escribir o no escribir la novela es ya en sí una toma de posición política; pero en nuestro caso, más que de política, yo te diría que la escritura o la novela se revelan contra el poder omnímodo que corroe y corrompe todo para perpetuarse por encima de leyes y principios. Ese poder que, desde tiempos inmemoriales, se ha mantenido bajo la mano artera de tres o cuatro familias honorables.

—He notado en este libro y en tu novela anterior, Queda la música, y en tus cuentos, que hay una influencia fuerte de la música, de cantantes que parecen rondar tu cabeza con sus voces. Explícanos por qué.

Creo que ya lo he dicho alguna vez: soy caribeño, nada sonoro me es ajeno. Tal vez por el cansancio de las tardes hondas y esos domingos sin gallera ni congas, la música deviene en algo así como el bálsamo que nos salva del tedio y la fatiga de esas aburridas jornadas mal pagadas.

—Vives en Miami, Florida, pero sigues escribiendo desde la dominicanidad. ¿Como es, para ti, esta experiencia de ser escritor en el destierro? ¿Qué viniste a buscar por estos lados? ¿Lo has encontrado?

Se escribe con una sobredosis de rabia y de pasión, se escribe desde adentro de uno mismo, desde donde se le encabritan y se domestican todas las fieras; siempre veré todos los colores y todos los lugares con los mismos ojos con los que, por primera vez, vi aparecer y desaparecer más de una vez al inmenso Maravilla, correteando a las novillas por el florecido yaragual.

—Sé que los lectores y los autores ven la experiencia de un libro de manera diferente. ¿Qué has aprendido tú de escribir esta novela?

Más que nada, aprendí a nadar más allá, hasta donde nadan los patos más sabios y despreocupados y, sobre todo, a ver desde afuera como la ciudad llena de oficinistas apurados, veloces autos y altos edificios, se baña sin prejuicios en lo más hondo y respira plácida y serena sin alborotar la paz de la laguna.

—Y mirando hacia adelante, qué temas te fascinan ahora, ¿sobre qué escribes?

Los mismos de siempre, el asombro y sus alrededores; la vida vertiginosa y frágil que rueda por las sendas y caminos de la imaginación y del encanto y sus encantos.


ACTUALIZACIÓN: René Rodríguez Soriano falleció el 31 de marzo de 2020  en Houston, Texas a causa del coronavirus. Estuvo escribiendo y promoviendo sus obras hasta los días antes de enfermarse de COVID-19 durante una visita a República Dominicana.

3 de mayo de 2009

Religión más allá de la fe

Hace más de tres años que empecé una exploración sobre lo que denominé "el deseo de pertenecer" -- la búsqueda que lleva a muchas personas a afiliarse con instituciones religiosas y lo que ofrecen esas instituciones en sus principios y vida comunitaria.

Me propuse ir a iglesias de distintas denominaciones como una combinación de ejercicio periodístico y experiencia personal que decidí compartir --en parte-- en estas páginas. Afirmé desde un principio que me acercaba a esta actividad con mente escéptica, casi con ánimo antropológico, y no en busca de mi propia salvación.

Nunca imaginé que en ese proceso encontraría un hogar espiritual.

La razón: Detesto los dogmas.

No tengo ningún interés en repetir afirmaciones de fe ciega ni en investir alguna persona o doctrina de autoridad sobre mi visión de la realidad. Sin embargo, en cada iglesia a la que fui (unas sobre las que escribí y otras que se quedaron muchas veces en el tintero) encontré pastores y predicadores dispuestos a convencerme de que ellos tenían la verdad.

Unos, muy sutiles, decían no presionarme y querían conversar sobre mis inquietudes, pero cuando creían que me tenían ablandado hacían su oferta de un viaje directo al cielo.

Otros, menos sutiles, vinieron a tocarme la puerta de la casa por meses, y sábado tras sábado les expuse la falta de lógica en el fundamento de su fe, sin lograr que entráramos en diálogo alguno: tenían una cita bíblica para todo, incluso para salir de aprietos y cambiar de tema.

Me enorgullece decir que triunfé y que mi dirección aparece en la lista negra de los proselitistas religiosos --probablemente marcada con el número 666-- porque jamás han vuelto a tocar mi puerta ni a malgastar los panfletos con dibujos coloridos de un idílico paraíso.

Había suspendido mi ejercicio porque, aparte de las pequeñas sectas que en su mayor parte son un terreno estrafalario (que también visité, por cierto), las organizaciones religiosas se parecen mucho. Pueden tener nombres distintos, pueden cambiar los himnos que cantan, pueden modificar los ritos, pero se fundamentan casi todas en una profesión de fe que no admite cuestionamientos.

¿Por qué no hay una iglesia --me preguntaba-- donde se admita a la gente que quiera explorar estos temas sin imponer un dogma?

Entonces recordé algo. Hace años fui a una feria de religión por razones de trabajo. Allí pude hablar en una misma mañana con musulmanes, budistas, jainistas, judíos, católicos, luteranos, pentecostales, episcopales, hinduístas, bahaístas y Sikhs. Fue interesante. Casi todos invocaban la divinidad en distintas encarnaciones, pero no me daban respuestas satisfactorias a preguntas como: ¿Por qué si tu Dios es todo bueno, compasivo, poderoso, existe toda esta división en nombre de la fe? Es culpa de los hombres, decían. ¿Pero por qué Dios lo permite? Libre albedrío. ¿Entonces por qué castiga a los seres humanos si él los creó de esta manera? ¿No es un poco sádico este Dios?

Solamente me impresionaron dos grupos: los budistas que no creían en un “Dios” y un grupito de gente que se hacían llamar “unitarios-universalistas”, que me decían: puedes creer o no creer, en nuestra iglesia no exigimos fe ni implantamos algún dogma. Sin dogma, preguntaba yo, contradiciéndome a mi mismo, para qué tener una iglesia.

Lo fui a averiguar este fin de semana. Asistí una década después de aquel encuentro a un servicio de la iglesia unitaria-universalista, que por casualidad queda bastante cerca de mi casa. Su lema: “Religión que pone su fe en ti”. Su símbolo: un caliz desde el que se desprende una llama.

Menos del uno por ciento de la población de Estados Unidos profesa esta “tradición viva”, como ellos le llaman. Se le define como una religión de teología liberal, a veces llamada uuísmo. Sigue siendo un “ismo”, pero de los más extraños que uno pueda imaginar porque su finalidad es “la búsqueda libre y responsable de verdad y significado”. Admite gente de fe y ateos, así como a los que se ubican en lugares entre esos dos extremos, siempre y cuando les interese esa búsqueda. Admite familias, gente de toda raza y parejas del mismo sexo.

Los principios de la iglesia --o sociedad-- uuísta son afirmar y promover: 1) el valor inherente y la dignidad de cada persona; 2) la justicia, equidad y compasión en las relaciones humanas; 3) la aceptación mutua y la motivación para el crecimiento espiritual en sus congregaciones; 4) una búsqueda libre y responsable de verdad y significado; 5) el derecho de conciencia y el uso del proceso democrático dentro de las congregaciones y en la sociedad; 6) el objetivo de una comunidad mundial con paz, libertad y justicia para todos; 7) respeto hacia la red interdependiente de toda la existencia de que somos parte.

El servicio del que fui testigo transcurrió acorde a estos principios. Se iluminó una luz en un caliz a la vez que se pronunciaba esta afirmación: “En la luz de la verdad y la calidez del amor nos reunimos para buscar, para sostener, y para compartir”.

Aquí se toman mitos de las variadas religiones y de la vida común.

La congregación dio la bienvenida a los visitantes y los que quisieron fueron al frente a compartir, de manera informal, sus alegrías y preocupaciones, y a encender una vela en oración, recordación o celebración de esos hechos. Luego hubo una charla con una experta en la yoga de la risa que condujo algunos ejercicios de risa en grupo. Los temas y los oradores cambian cada semana. A la vez los niños asistían a clases de religiones del mundo, sesiones de arte y tiempo de juego en otras partes de la iglesia. Todo terminó sin exigencias ni presión para que los nuevos regresáramos.

Yo, sin embargo, salí de allí dispuesto a volver.



Esta nota es parte de «El deseo de pertenecer», una serie ocasional sobre la fe, la religión y el culto que se manifiestan como el deseo de pertenecer a algo mayor que nosotros mismos.

11 de abril de 2009

La Pasión como historia


No hay que tener alguna creencia para poder apreciar La Pasión de Cristo como una historia con un arco narrativo bien definido, que reúne los elementos de los grandes mitos y de los héroes que los encarnan. Jesús es el personaje por excelencia porque el relato de su vida contiene en sí gran poder.

Resumamos su trama: Nace en una familia pobre que huye de una persecución; vive una vida humilde y sin privilegios; cuestiona los principios de la sociedad que le rodea; atrae a las masas con su Evangelio; y, por tanto, se hace enemigo del poder.

Y el clímax: a pesar de ser inocente, es acusado y condenado sin juicio justo. Se le humilla, se le tortura y se le mata de una manera salvaje. Luego viene el mito que se convierte en un tremendo final: Jesús trasciende más allá de la muerte, tocando así el anhelo de inmortalidad de todos los seres humanos.

Al contemplar estos detalles recuerdo a Joseph Campbell, el escritor estadounidense que desglosó las religiones del mundo para extraer de ellas sus mitos, y que a partir de ese proceso identificó los elementos claves de la narrativa religiosa.

Campbell adoptó el término “Monomito” para referirse a este prodigioso “Viaje del héroe” común a las mejores historias religiosas. En este viaje se encontraban más o menos estos elementos: 1) El llamado a la aventura; 2) El viaje a un mundo extraño donde se pone a prueba al héroe; 3) El sufrimiento del sacrificio supremo; 4) La recompensa; 5) El regreso a la sociedad.

Es obvio que la historia de Jesucristo contiene estos elementos, y que es en el sufrimiento supremo donde se encuentra la clave de su poder. Cala hondo en los seres humanos que nos identificamos contra la injusticia y naturalmente tomamos partido en la pugna --real o imaginaria-- entre el bien y el mal.

Estos son elementos comunes a toda buena ficción.

Entonces, es posible que uno se identifique con Jesús, y que sienta y comprenda su cruz, sin que ello requiera un acto tradicional de fe.

Es el milagro de una buena historia.


Esta nota es parte de «El deseo de pertenecer», una serie ocasional sobre la fe, la religión y el culto que se manifiestan como el deseo de pertenecer a algo mayor que nosotros mismos.

17 de marzo de 2009

La socialización de los blogs

No reparé en ello hasta que una amiga comentó de las nuevas funcionalidades de los blogs. Cada vez se van convirtiendo más en redes sociales y menos en espacios para el ejercicio de la escritura y lectura en base a intereses comunes.

Si bien es cierto que, desde sus inicios, la blogósfera ha sido un lugar de intercambio, esa interactividad se daba en su mayor parte a través de las secciones de comentarios, un acercamiento que en condiciones idóneas ocurre después de la lectura.

Ahora podemos tener seguidores aunque no nos lean. Y podemos seguir a otros aunque no les leamos. Puede que lo hagamos simplemente por el hecho de que hay un impulso, tal vez natural, a ser recíprocos con quien hace un gesto de amistad -- nos importe o no lo que escribe.

Al ver esto, poco a poco estoy retrocediendo de todo ello.

La socialización artificial corrompe el propósito primordial de la publicación independiente.

Con las nuevas redes se aumenta el tráfico, tal vez el rango de búsqueda y con buena astucia la aparente popularidad cibernética, sin que ello signifique mucho en la calidad de esas relaciones.

Nada de ello es necesario para tener un buen blog.

Al fin y al cabo, los buenos amigos siempre saben dónde encontrarse.

1 de marzo de 2009

Rosa Silverio, escritora: "una mujer que lucha contra diversas realidades"

Dicen que escribir es un acto solitario, pero también puede ser una manera de relacionarse. Puede ser una declaración política. Puede ser una manera de accionar en sociedad. Puede ser una manera de abrir los brazos en vez de cerrar el puño.

Rosa Silverio, haciendo honra a su nombre de pétalos, es un ejemplo de esa escritura abierta que es más entrega que proyección. Ella se ha dado a la tarea --importante, a mi parecer-- de no sólo escribir con pureza de sentimientos, sino también de formar una comunidad de escritores de su generación.

El sitio de Silverio, autora de los poemarios «Desnuda» y «Rosa íntima» entre otros escritos, es un depósito de enlaces, notas y entrevistas que arrojan luz hacia las diferentes vertientes de la literatura de República Dominicana, sólo uno de los puntos de origen que ambos tenemos en común.

Está por sobre todo su escritura, hasta ahora mayormente concentrada en el verso que revela y se rebela: expresando la belleza que a ella le sale a borbotones, y el contraste de una realidad a la que ella le toca, y empuja, los límites.

En esta entrevista que me cedió, Silverio revela más de la escritora detrás de la palabra, aunque parece que ella se siente más cómoda en las vueltas de sus oraciones que en el ir y venir de las preguntas y respuestas. Con todo, es fácil dejarse llevar por ella en el viaje a su interior, el lugar donde ella rompe con todo lo que le aprisiona.

-Aparte de escritora, ¿quién es Rosa Silverio?

No sabría cómo definirme porque todos somos algo más que un simple concepto y en mi caso puedo ser una persona bastante compleja. Sin embargo puedo decirte que soy una persona sencilla, cercana, trabajadora, emotiva e idealista. No me gustan las etiquetas, ni las poses ni las injusticias. Estoy en constante búsqueda, aprehendiendo las cosas y a mí misma. Cada día me siento más a salvo en mi interior y más angustiada en este mundo. El problema es que adentro a veces se está muy solo, pero últimamente da temor salir.

-He leído algunas cosas de ti. Tú has dicho: “Cuando escribo no soy la hija de, la amante de, la amiga de, la empleada de.” Dices que cuando escribes no eres “algo para tener en propiedad.” ¿Escribes para escapar de tus ataduras? ¿Por qué escribes? ¿Para quién escribes?

Escribo no para escapar de las ataduras sino para romperlas a través de la palabra. Escribo por disfrute, por necesidad, para definirme y encontrarme, para hablar de aquellas cosas que me preocupan y me duelen, para entender la vida, para hacer más soportable la angustia, para contar la historia desde mi mirada, para construir un pensamiento, ¿Para quién escribo? Para mí misma y para todo aquel que quiera leerme, para el que le guste lo que hago.

-¿Cómo empezaste a escribir?

Empecé siendo muy joven, cuando me di cuenta de que a través de la escritura podía canalizar mis inquietudes. De pequeña me gustaba escribir relatos que luego leía a mi familia y más tarde comencé a enviar a algunos concursos. Con la poesía el asunto fue distinto ya que mis primeros poemas no los compartía con nadie e incluso llegué a pensar que no tenía ninguna habilidad para ese género, pero pudo más la pasión y mi necesidad de comunicarme y escudriñar el mundo a través de la palabra.
Empecé a publicar joven, antes de entender bien este oficio y sin tener la madurez necesaria, motivada por el escritor José Enrique García, a quien le estoy muy agradecida. Con el tiempo me he preocupado por investigar y aprender todo lo que he podido sobre este oficio tan exigente, y claro, no he dejado de escribir ni de vivir. Espero que en unos años tenga algo de lo que me sienta más conforme, más depurado, que sea el reflejo de mi comunión con la escritura.

-¿Por qué escribes más poesía que prosa?


En realidad también le he dedicado tiempo a la prosa. Lo que sucede es que por el momento aún esos textos están inéditos. Si supieras que empecé escribiendo narrativa y luego fue que comencé a escribir versos. Lo que pasa es que la poesía es un género muy demandante, que me apasiona muchísimo y por eso he decidido dedicarle mucho tiempo, por lo menos hasta sentir que estoy encaminada hacia el tipo de poesía que quiero hacer. Aunque no he dejado de escribir narrativa. Tengo una novela inédita de más de doscientas páginas que una vez pensé publicar y estuve en ello. Dos personas que la leyeron me alentaron mucho, pero algo dentro de mí me decía que todavía no estaba lista para dar ese paso (probablemente esa voz interior me salvó de un error) así que al final me eché hacia atrás y he decidido dejar ese texto sin publicar, lo tomaré como ejercicio. Lo que sí me ilusiona es publicar mis cuentos en algún momento. También estoy por trabajar otra historia larga pronto (aunque no necesariamente vea la luz).

-Espero no sacar tus versos de contexto, al tomar prestadas algunas de tus palabras: Desnuda eres violenta, tan fuerte como el puño que a veces te golpea y luego regresa a exigir una caricia. Hay erotismo en tu poesía, pero también hay protesta. Parece que a veces te debates entre la realidad de las paredes de tu casa --o de aquel inmenso barco en que te acompaña una rata-- y tus aspiraciones de realización. ¿Me equivoco?

Soy una mujer que lucha contra diversas realidades y que ha hecho de la escritura una de sus armas o un refugio, según sea el caso. Para mí no ha sido fácil entender muchas de las cosas que he tenido que vivir y presenciar, así que quizás por eso percibes ese debate entre la realidad que me corresponde y mis aspiraciones de realización.

-¿Cuáles son tus libros y autores favoritos? ¿Por qué te gustan?


Dentro de los libros que me resultan memorables están: “El Proceso” de Franz Kafka, “Crimen y castigo” de Fiodor Dostoievsy, “El corazón es un cazador solitario” de Carson McCullers, “La mancha humana” de Philip Roth, “El dios de las pequeñas cosas” de Arundhati Roy, “El rey Lear” de William Shakespeare, “Desgracia” de J. M. Coetzee, “Rayuela” de Julio Cortázar, “Paisaje con grano de arena” de Wislawa Szymborska, “Poesía completa” de Fernando Pessoa, “La tierra baldía” de T. S. Eliot, “Réquiem y otros poemas” de Anna Ajmátova, “Poeta en Nueva York” de Federico García Lorca. También la obra de Virginia Woolf, Simone de Beauvoir, César Vallejo, Franklin Mieses Burgos, Jeanette Miller, Pedro Antonio Valdez, Horacio Quiroga, Juan Rulfo, Yasunari Kawabata, Sylvia Plath, Anne Sexton, Juan Bosch, John Keats, y muchísimos escritores más.

Me gustan estos libros y autores porque a través de ellos puedo acercarme al mundo y entenderlo, pero sobre todo porque me han conmovido, me han enseñado y junto a ellos he madurado.

-Tu blog es el mejor recurso que conozco en internet sobre literatura dominicana contemporánea. Tienes una colección de entrevistas, notas y enlaces que me ha ayudado a familiarizarme, desde la distancia, con lo que se escribe allá. ¿Cuáles ves como los temas y tendencias de la literatura actual en República Dominicana?

Mi blog intenta ser una ventana no sólo hacia mi escritura sino también hacia literatura dominicana. Me alegra saber que a gente como tú le resulta útil.
Con relación a los temas y tendencia de la literatura actual en República Dominicana mi percepción es que todavía sigue prevaleciendo el tema trujillista y es uno de los que más vende, pese a que muchos ya estemos cansados y ansiemos libros que nos hablen de otras realidades más actuales de nuestro país. Sin embargo, reconozco que es difícil liberarse de la sombra de una dictadura que tanto estrago causó.

Hay autores que están escribiendo sobre otros temas como el barrio, el burdel, la ciudad, las drogas, el desarraigo y la inmigración. Dentro de esos autores están Pedro Antonio Valdez, Frank Báez, Rita Indiana Hernández, Juan Dicent, Homero Pumarol y otros como tú que tienen una obra muy interesante.

Creo que actualmente hay una tendencia a liberarse de las sombras del pasado, se apuesta por un lenguaje más desenfadado y descarnado, por experimentar con nuevas formas, persisten los textos líricos y los temas tradicionales, pero también hay un grupo de escritores trabajando en nuevas propuestas y acercándose a través de la escritura a la realidad de nuestro tiempo.

-¿Cómo es la vida de una escritora en República Dominicana?


Te puedo asegurar que no es un cuento de hadas. Tampoco es como esas postales o revistas en las que aparecen las caribeñas bajo una palmera tomando piña colada. Para mí ha sido muy difícil y doloroso como mujer y como escritora. Cada día debo lidiar con los prejuicios, las vejaciones y situaciones en las que un hombre escritor no estaría. Gracias a este oficio y al ser dominicana descubrí que el respeto no era algo a lo que se tenía derecho desde que uno nacía. Pensaba que por el sólo hecho de ser persona ya merecíamos un trato digno. Pero me he dado cuenta de que en el medio literario es difícil ganarse un mínimo de respeto y que es muy fácil perderlo.

Ahora bien, independientemente del sexo, no es fácil ser escritor en este país debido a todas las limitaciones que tenemos y la más grave es la falta de una buena educación porque nuestro sistema educativo es muy malo. Además de eso está la falta de un buen fondo bibliográfico en las bibliotecas y librerías, la inexistencia de una industria editorial y el clima muchas veces poco solidario. Pero todo eso puede trascenderse si se tiene el espíritu positivo y se persevera. Y con relación a los escritores, creo que entre nosotros es posible mantener una relación cordial si nos atrevemos a “abrir el puño”.

-¿Y tú? ¿Hacia adónde vas con tu barco de letras?

Antes mi barco viajaba mucho, atracaba en distintos puertos, pero con el tiempo ha preferido irse mar adentro. Ahí estamos más seguros.

23 de febrero de 2009

Palabras que muerden: la poesía de Ambroggio.

Recibí por dos vías un nuevo libro de poesía que se titula «El cuerpo y la letra. La poética de Luis Alberto Ambroggio», un autor que desconocía.

Es un tomo enjundioso --editado por la Academia Norteamericana de la Lengua Española-- que reúne tanto los versos de Ambroggio como ensayos críticos de su obra.

Encuentro en estas páginas una poesía seria y pulida que habla de esa lucha anónima que se da entre los habitantes de dos culturas, como reclama el autor en «Don de lenguas».


Me habitan dos lenguajes enemistados;
me siento esclavo en mi propia carne.
Desheredo las palabras dulces,
obedezco y me rebelo ante órdenes
que me desprecian con sílabas mortales
y huelo a gritos discordantes
como pan quemado.


Los versos de Ambroggio, como él mismo dice en uno de sus ensayos, están hechos de “palabras que muerden, que tocan, que cantan, que defecan” para un hombre que busca en ellas su realización.

19 de enero de 2009

Los junoismos de Junot Díaz.

Fui yo quien hace tres años empezó el embrión de artículo sobre Junot Díaz en Wikipedia cuando, tras leer su libro de cuentos «Drown», sentí la necesidad de dar a conocer el trabajo de este escritor y de ubicarlo bajo el título de autores dominicanos. Puse allí dos o tres parrafitos y el nombre del libro, lo poco que sabía, y al regresar con los años he visto el artículo crecer -- igual que la fama de Díaz.

Hará diez años que oí hablar de él por primera vez de boca de un conocido novelista norteamericano que, francamente, me confesaba que no entendía what all the fuss was about -- por qué tanto alboroto con este autor y por qué la afamada revista New Yorker lo publicaba cuando rechazaba los escritos de la mayoría.

He is no García Márquez or Carlos Fuentes. Eso me dijo.

Yo detecté celos --envidia quizás--.

No me animé a leer a Junot hasta años después, pero cuando leí sus primeros cuentos me pareció que se repetía aquella tarde de la adolescencia en que la pelota de béisbol me golpeaba en la cara y yo caía atontado en el piso. What the heck did just happen? -- me pregunté. Did he just write that?

Y entendí los celos de aquel otro.

El tipo sabe escribir: aunque creo que para apreciar esto del todo hay que leerlo en inglés y ser bilingüe.

He tardado menos en leer su primera novela, «The Brief Wondrous Life of Oscar Wao», aunque ya hace un año que se publicó. Llegué a tener el libro en mis manos en varias librerías y lo dejaba ahí para otro momento. Esperé a que ganara el Pulitzer (primer autor de herencia dominicana en lograrlo) y lo compré y dejé que pasaran los meses porque no me gusta el hype -- es decir, no me gusta cuando todo el mundo dice que algo es bueno, demasiado bueno como para creerlo.

Leí a Junot lleno de escepticismo, y sin olvidar aquel golpe que me causaron sus primeros cuentos. Would he live up to the hype? (Y me perdonan, especialmente mi profesor de español, pero de Junot no se puede escribir sin cometer el sacrilegio del Spanglish).

I have to say that for the most part I was pleasantly surprised. Si me ha gustado el libro es porque ha superado su estado de hype (es decir, los bombos y platillos publicitarios) y es una novela que se sostiene y se lee bien, pero cuya genialidad no se percibe del todo si no sabes inglés y español, y no solamente español sino español dominicano.

El libro en inglés está plagado de dominicanismos y de slang, pero más que eso está repleto de Junoismos -- vainas que él se inventa o simplemente malinterpreta, no sé si a propósito o como resultado de una especie de ignorancia iluminada que sólo a un nerd como él le luce.

Oscar Wao es este personaje poco probable, pero por eso mismo muy real, que es lo que en la República llaman un gordo pariguayo. Es decir, un ganso. Es decir, un bobote. Es decir, un nerd. Es un pobre sujeto que anda perdido en la ciencia-ficción y no conoce el abrazo de una mujer -- a menos que sea platónico. Y es un personaje trágico (eso se sabe desde el título), cuyo triste e inmerecido destino se explica por la maldad de la historia y se justifica por la superstición.

Pobrecito Oscar.

El defecto más grande de la novela para mi gusto es que termina por explicar toda la desgracia de la dominicanidad con la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo.

Sí, el mismo dictador de «In the time of the butterflies», de la también dominicana Julia Álvarez; sí, el mismo dictador de «La fiesta del chivo», del peruano Mario Vargas Llosa; sí, el mismo Trujillo de siempre, el Satanás dominicano.

Haven't we heard this story before? Los escritores dominicanos han estado obsesionados con Trujillo y su heredero político Joaquín Balaguer (Demon Balaguer, le llama Junot), también la personificación del mal en la novela «Los que falsificaron la firma de Dios» del dominicano Viriato Sención.

Y yo me digo: ¿cuándo es que dejaremos el maldito vicio del trujillismo y el balaguerismo? (Algo así como el franquismo, el castrismo, o el pinochetismo). Is that what we'll reduce the part-island to? A couple of dead caudillos?

Aparte de eso está también la verdad de que Trujillo fascina a los escritores porque el personaje dictatorial nos recuerda la propia arbitrariedad, y el potencial de maldad en la gente común.

Lola, que es la vivaz hermana del tal Wao, declara: "Diez millones de Trujillos es lo que somos".

Díaz es un maravilloso escritor y la novela contiene una fuerte telaraña narrativa que expone al fin y al cabo los dos polos de la inocencia y la maldad, un asunto que trasciende la dominicanidad y se coloca entre los temas más importantes de la literatura. Vale la pena leer a Junot, pero para disfrutarlo hay que aceptar que leerle es entrar en su mundo y no engañarse con que es una representación de la realidad dominicana. But what else is literature, anyway?

13 de enero de 2009

La casa de enfrente

Anduvimos dentro de ella antes que la terminaran, subiendo sus escaleras a medio hacer y admirando cómo cobraba forma en cada visita. Fue la primera vivienda de la calle en completarse y la primera en habitarse – un imponente armazón de dos pisos que hacía empequeñecer la nuestra, de menor estatura que cualquiera de las otras que se harían en esta calle.

El día de nuestra mudanza ellos estaban ahí. Nos llegó desde sus adentros el eco de la percusión de la salsa. Conocimos al fin a sus ocupantes, una pareja y su niño, más regocijados y menos asustados de estrenar casa que nosotros, sus nuevos vecinos -- aunque fuera la casa que lo estrenara a ellos. Optimistas y lo suficientemente patrióticos como para armar su propia celebración de fuegos artificiales en el día de independencia.

Vivían el cacareado sueño, sin importar si fuera a crédito.

Vimos el pasto enverdecer, el jardín florecer y, casi de inmediato, los primeros trabajos. Una nueva entrada, empedrada en imitación europea; los cómodos asientos a la sombra de la galería; los nuevos árboles y decoraciones tropicales a la entrada; el patio hecho para tardes de fiestas a la barbacoa. Y para culminar ese año las vistosas luces navideñas.

Estaban los nuevos y grandes vehículos de los días en que aparentemente no importaba el precio de la gasolina; los muebles sin estrenar que llegaban forrados en plástico; los juguetes del niño.

Nosotros apenas llenábamos un rincón de nuestra casa con muebles de sospechosa vejez.

Hemos visto el proceso invertirse en unos años. La grama tornarse en yerba y maleza que se desborda sobre las aceras; la casa vaciarse en repetidas ventas de marquesina; el hostigamiento de los cobradores y, luego, los camiones que se llevaban bienes.

Los intereses subieron. Las viviendas bajaron de valor. Muchos empleos desaparecieron.

Los vecinos han desalojado en la oscuridad de la madrugada, espantados de su propia sombra. La casa está vacía. Es un gran armazón sin vida.

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