2 de diciembre de 2007

El grito desgarrado de Reinaldo Arenas.

La carátula de esta edición de «Antes que anochezca» presenta una fotografía de un Reinaldo Arenas viril y despeinado que divisa a lo lejos con intensidad, sin fingir una sonrisa. Es un hombre de mirada trágica, pero altanera. Le delata el pelo revuelto y la verruga anarquista detrás de la oreja.

No he leído memorias como estas – y, de seguro, no las hubiera leído en otros tiempos, o de saber siquiera las minuciosidades de lascivia y tragedia a las que me iba a llevar este escritor. Es una obra rabiosa. Pero también es una obra orgiástica, incómoda para los que somos del sexo convencional. Es una declaración de la más abierta homosexualidad, pero no es sólo eso. Es también un testamento de dignidad a pesar de todas las indignidades.

Es un libro que no complace a muchos bandos. Ofende a la derecha por su promiscuidad, un reto declarado a los guardianes de cualquier moral. Ofende a la izquierda por su condena del caudillismo de Fidel Castro y la crueldad de su comunismo. Ofende a los capitalistas por la crítica de su grosera afición al dinero. Ofende al exilio cubano en “El Mierdal” de Miami por lo que expresa como la brutalidad de su resentimiento, aunque este fuere justificado. Ofende a los ideólogos, a los escritores y a los intelectuales que justifican la maldad. Ofende a la vida misma, por la manera en que el autor desea, al fin, el abrazo de la muerte.

Es una autobiografía --hecha película en «Before Night Falls», merecedora de quince nominaciones y once Óscares hace ya unos años por el director Julian Schnabel, el escritor Cunningham O'Keefe y el actor Javier Bardem-- a veces muy detallada en las particularidades de un círculo vicioso. Es pedestre en el afán de relatar la sucesión de los hechos en una Cuba infernal. Pero se eleva, sobretodo por la honestidad de su expresión, en pasajes poderosos como cuando Arenas habla del inevitable deseo de denuncia que perjudicaría su carrera por los encasillamientos políticos:

“...cómo podía yo después de veinte años de represión callarme aquellos crímenes... Nunca me he considerado un ser ni de izquierda ni de derecha, ni quiero que se me catalogue bajo ninguna etiqueta oportunista y política; yo digo mi verdad, lo mismo que un judío que haya sufrido el racismo o un ruso que haya estado en un gulag, o cualquier otro ser humano que haya tenido ojos para ver las cosas tal como son; grito, luego existo”.


Leer las memorias de Arenas es exponerse a ese grito, aunque duela.

Compartir un libro.

Compartir un libro es una de las obras más caritativas que a uno se le pueda ocurrir.

Hablo de compartir un libro y no de regalar uno sin estrenar. Hablo de prestar o dar uno que esté manchado con la grasa de la propia piel; que tenga estrías de uso en su carátula; y que lleve tal vez líneas subrayadas en esos puntos de lectura donde el relato estalla para decir algo revelador.

He sido el destinatario de varios de estos regalos, y siento que ellos contribuyen a una formación guiada por la relación. Ese tipo de lectura supera la del temario de cualquier academia. La única manera de agradecer esas dádivas es compartiéndolas a su vez.

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