30 de abril de 2006

Lo que una pequeña princesa sabe de la vida.

Casi me da vergüenza admitirlo, pero hay una historia de niños -- y podría decirse de niñas-- que me cautiva. Tanto que he visto más de cuatro veces su magistral recreación en película por el director mexicano Alfonso Cuarón. Es «A Little Princess» («Una pequeña princesa») de Frances Hodgson Burnett, una lumbrera de las letras inglesas a quien se conoce más por su obra «The Secret Garden» («El Jardín Secreto»).

En ella se narra la historia de Sarah Crewe, una huérfana de madre e hija de soldado inglés que, después de vivir en la India, queda internada en un colegio de Nueva York, mientras su padre va a la guerra. La niña, cuya imaginación se nutre de los mitos hindúes en torno al dios Rama, queda bajo el cuidado de la directora de la escuela -- una mujer realista y amarga.

Toda la tensión del drama, cuyos detalles no revelaré para quien se interese en verlo o leerlo, se fundamenta en la lucha entre el pragmatismo de la directora de la escuela y la imaginación optimista de la niña; entre la rigidez de las normas sociales y el simple gozo de vivir; entre la división de clases y el reconocimiento de una hermandad común.

Es una historia que tiene, más que estereotipos, sus arquetipos. Es, hasta cierto punto, la historia de cada uno de nosotros ante las crueldades de la vida.

La cuestión crucial de esa confrontación parece ser esta: Al final de cuentas, tenemos una versión de la vida que creemos posible.

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