A veces me parece
que vivo en Brooklyn
y que el tren jota pasará muy cerca de la ventana.
O que me apresuro
por la calle empedrada
de mi viejo barrio
santiaguero,
camino al colegio,
porque se me hace tarde para la clase de dibujo.
O que el estacionamiento subterráneo
guarda un espacio para mi vehículo,
que llega chorreando
los caños de la última lluvia.
Todavía veo aquellos pasajeros
que iban y venían
todas las mañanas
por el parque de los chachases,
o los niños que comían huevos salcochados
en la frontera con Haití.
Viajo por la carretera oscura entre Albany y Nueva York.
Los lugares que nos afectan
viven en nosotros,
aunque nosotros
no estemos en ellos.
Y no tengo más
que estacionarme
unos minutos
frente al último edificio en que vivimos,
a preguntarme
si todavía hay una plaga de cucarachas
en el segundo piso,
o si el amistoso vecino
deja revistas viejas
frente a mi puerta –
si no es que murió.
Nosotros,
los migrantes,
andamos esparcidos por el mundo.
Guest Review: Infidelis by Vincent Cooper
Hace 5 horas.